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268 CORRESPONDENCIA DE LA M, ANGELES CON EL P, MARIANO no conoce mi Padre cuánta y cuán grande e insuperable dificultad siente mi alma en cumplir esta clase de obediencias por ser completamente con• traria a mi inclinación, vocación y tendencia a Dios, a perderme en la vida y operaciones divinas del que Es y es Eterno y vive en la eternidad todo vuelto sobre mí y mis cosas. Mucho, muchísimo me cuesta volver sobre mí para fijarme en la vida y operaciones del espíritu o potencias espiritua– les, mucho más me cuesta atender a la parte inferior, más toda atención a la vida corporal, más a lo que está fuera de mi vida, aunque me pertenezca de alguna manera; y cuanto más lejos está del espíritu y de la vida presente la criatura o noticias cuyo recuerdo se impone, más me cuesta y es indecible el tormento que sufre mi alma, quien encuentra su felicidad en vivir en Dios y para Dios solamente, y en El y con El amarlo todo, pero sin recuer– dos particulares propios ni ajenos, salvo una necesidad apremiante que con– cibe en la caridad de Dios en beneficio de la creación o de criaturas particu– lares, único motivo que me hace fácil el tránsito o penoso cambio de vista del Creador increado a la creación. Es un sufrimiento horroroso para mi alma verse obligada a escribir ni pensar en biografías, aunque sea de santos, exceptuados los casos en que se imponen éstos en Dios, como me acontece algunas veces; pero en este caso, como los aprende mi inteligencia en una luz sublime, inefable, divina, despojados de imágenes corpóreas y de ciertas individualidades, que mi alma no puede ver sin fatiga, especie de privación y pena de daño, no me perju– dica ni me ocasiona descenso y disipación, sino, al contrario, me ayudan por lo menos para enfervorizarme. A elevarme creo sólo los Angeles me ayudan; los santos, no; no sé en qué consiste. Lo mismo que los santos se imponen a mi alma en Dios mis queridos difuntos con alguna frecuencia, especialmente mis abuelos maternos, mis padres y mi hermana Concepción; y entre éstos el que más o quien más se impone y me produce mejores y más elevadas impresiones son mi madre, mi abuelo y mi hermana, y todos tres acrecientan el amor y entusiasmo y estimación divina, inmensa, que profeso a mi Dios Humanado. Verlos así en Dios, cuando se me imponen, no me cuesta, al contrario; y aunque nunca se detiene mi alma o entretiene con ellos, sino que los deja para perderse en Dios y creo que no podría mi– rarlos si al mismo tiempo no viera a mi Dios, aunque los creo santos y amo la bondad que en ellos aprendo, especialmente su identificación con mi Dios Humanado glorioso, recompensa de su fe, amor y adhesión inviolables al mismo divino Jesús durante su vida mortal; pero escribir su biografía y
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