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CORRESPONDENCIA DE LA M. ANGELES CON EL P. MARIANO da que me producía la muerte y me separaba de Dios. Buscaba un asilo fue– ra de la dirección en l.a absoluta soledad de las criaturas, y me disipaba cada vez más y me incapacitaba para la oración. Una voz interior me decía que erá una prueba, y, al mismo tiempo, cierta presencia espiritual de V. R. se imponía a mi alma, y Jesús, desde cierta altura mística, confirmaba la voz interior y añadía que allí estaba mi vida, esto es, en la dirección identifi– cada con su voluntad tantas veces manifestada a mi alma, que la penosa prueba se dirigía a esclarecer la bondad y verdad de sus manifestaciones y me requería para manifestar a V. R. mi sufrimiento y desesperación. Mas pasado un momento volvía la espalda a estas manifestaciones, que me pare• cían contrarias a lo que me había significado V. R. en la carta del 5 y an• t~riormente desde el 18 de junio del año pasado. Temía que fuese el demonio quien me había causado aquel sufrimiento desesperante, por haber sido él el autor de todas las manifestaciones relacionadas con el trabajo escritura– rio y cuentas de conciencia, por cuyo medio quería llevarme al infierno, y que si creía a la voz que me aseguraba era una prueba, daría crédito al demonio, volvería a caer en sus lazos e ilusiones, y él sería el Dios que ado– raría. Y, aunque esto no fuera verdad, ya no era posible que viviera tran– quila en la dirección, pues me obligaría a escribir tal vez obligado de mi desesperación, y, lo que sería peor, de la justicia divina, que. castigaría mi soberbia por este medio en el tiempo y en la eternidad; que debía buscar otro camino para ir a Dios, y esta gracia pedí y esperé varios días antes, hasta el 10 que mi Dios Humanado, previa la imposición de la dirección, dignóse cubrirme y protegerme a manera de inmenso pabellón o nube lumi• nosa extendida sobre mí, cuya inmensidad llenaba todo el mundo; no tenía forma, pero sí un rostro resplandeciente como el sol, cuya mirada diviní– sima, amabilísima, fija en mí, me procuraba una paz y felicidad grandes. Tuvo lugar esto en el momento que empecé a leer la primera carta que me escribió V. R. en abril del año pasado (1) con intención bien diferente, pues creía que su lectura proyectaría sombras en mi alma y me ayudaría a confirmarme en mi propósito de vivir sola sin dirección. ¡ Mire si soy boba y desacertada en la elección de los medios para conseguir lo que deseo y pretendo! Excuso decirle que en la mirada divina de Jesús leí lo de siem– pre: que mi vida, mi santificación y felicidad está en cumplir su voluntad, que es que escriba su doble historia cuando la obediencia me mande, que sí me lo mandará, y negarme a esto equivale a privarme de sus divinas co- (1) Escrita desde Bilbao el 28 de abril de 1920.
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