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248 CORRESPONDENCIA D'.E LA M. ANGELES CON EL P. MARIANO de la Encarnación, o sea en el Verbo Encarnado, que aislado, si cupiera que prescindiera Dios de este inefable misterio después que se cumplió, que para mi no existe tal aislamiento, pues siempre, siempre me acompaña el inefa– ble misterio de la Encarnación y lo aprendo presente, presentísimo en Dios y a Dios como extasiado y perdido en El, al mismo tiempo que lo encierra y absorbe en su seno. ¿A qué, pues, llama V. R. obra ad extra y de menos importancia? ¿Será el trabajo de escribir su historia divina? Si es a esto, confirmo su opinión, y hasta lo creo perjudicial a mi alma si no es Dios quien me llama, y que debe trabajar mi Padre hasta que consiga quitarme este pensamiento y loco atrevimiento. 4.-Aquí haría punto final, si en este momento no aprendiera necesario añadir una palabra. Y a que mi Padre cree que el Espíritu Santo mora en su seno para llevar y conducir mi alma adonde y por donde El quiere que vaya, yo con toda humildad y respeto, a la vez que anhelante por conocer la verdad, mi vocación y destinos, le requiero para que le pregunte a ese Dios Amor y querido de mi alma lo siguiente; y dígnese transmitirme la res– puesta. 1) Si es El quien a fines de abril de 1918 se mostró ansioso de tañer el órgano animado de mi alma y me significó que tenía determinado y desea– ba glorificar al Verbo Encarnado con las notas que le arrancaría, de las cua– les unas, las más divinas y numerosas, irían a perderse inmediatamente en mi Dios Humanado y por su medio y como identificadas con su alabanza in– finita se perderían en el seno de la Divinidad; y otras, o sea las notas res· tantes, haría repercutir en la creaeión obligándome a escribir la doble His– toria del Verbo Encarnado, o sea la vida de Jesús en sí misma y reproduci– da en mi alma. Y antes de obtener respuesta ni dar lugar a reflexión alguna, se apoderó de mi alma, me asoció a su querer divino, al celo que le abrasa por su obra maestra de la Encarnación, y me hizo pedir con El y como El lo que quería su Majestad, y mi naturaleza repugnaba y temía, esto es, los medios y disposiciones necesarias para dar a conocer al mundo la infinita excelencia y perfecciones de Dios Humanado en sí y en los efectos que pro– duce en mi alma, la participación de su vida divina. Esto pedía con ansia infinita, impulsada por una fuerza interior divinísima que entendí era el Es– píritu Santo; y mientras así oraba, Dios Humanado se mostraba a mi alma dentro de un abismo divino y me atraía a Sí con fuerza irresistible para
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