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CARTA CCII, 22 DICIEMBRE 1920 221 por escrito, y algunas no me atrevo, pues temo mucho engañarme y engañarle y errar mi vocación. Es cierto que me cuesta ocultarlo, pues quisiera que mi Padre amadísimo leyera en mi alma como en libro abierto y viera todo, todo lo que soy y pasa por mí, pues verdaderamente le debo lo que tengo de bue– no, o sea lo que soy, ya que lo malo no es nada o es menos que la nada. Perdóneme, Padre mío, esta reserva y pídale a Nuestro Señor que si es de trascendencia lo que callo, que me obligue a decirlo y no me castigue ni me abandone al réprobo sentido mediante los padecimientos que me obligan a ocuparme del jumento y me privan de la verdadera vida, pues esto es una de las aprensiones que he tenido algunas veces, aunque no me ha durado más que breves momentos, pues en el momento que recurro a mi Dios, le hallo donde quiera que le busque y de modo singular en mi interior, donde siento la presencia de los dos inefables misterios o abismos divinos-Trinidad y En– carnación-y cada vez mejor, a pesar de mi ingrata correspondencia, nulidad, incapacidad, preocupaciones de la vida temporal o corporal, y mis muchos defectos, 4.-Y ¿ qué le diré a mi Padre de sus cartas tan divinas? Padre mío, Padre mío, me faltan términos para expresar el aprecio que me merecen y la inmensa gratitud de mi corazón hacia V. R. y a mi Dios, que es el autor de la doctrina divina que contienen. Esta es mi vida, la única teología mística que entiendo, me gusta, me interesa y aprovecha. Todo, todo responde admi– rablemente a mi vocación santa, divina, pues divina puede llamarse la voca– ción a la identificación con el Ser y operaciones íntimas, inefables, divinas de Dios Uno y Trino en Jesús y con Jesús. Nada sobra, todo, todo me aprovecha y estimo altísimamente, más que la vida natural o temporal, ya lo creo, incluso el epitalamio o salmo Eructavit cor meum (2), que tanto me desconcertó en un principio. Si antes no me apremian a hacerlo por escrito, cuando venga le comuni– caré verbalmente mis impresiones. No sé cuál preferir de todas las cartas; todavía oro las primeras con frut9 y sabor crecientes a pesar de haber repetido su lectura, mejor dicho, con– templación del objeto y misterios divinos que me enseñan, más de treinta veces, creo, quizá más de, cuarenta. Las penitencias de cada una (de las car– tas), divinísimo, admirablemente conforme con mis aspiraciones y respuesta de Dios, quien ordinariamente se adelanta a inspirar en mi alma lo que mi (2) Salmo XLIV, 111.

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