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194 CORRESPONDENCIA DE LA M, ANGELES CON EL P. MARIANO de esto, aunque sea rezar la estación, me distrae y estorba, y por empeñarme en rezarlo pierdo la altísima oración y contemplación que constituye dicho ejercicio mental, que suele ser más o menos largo, según la intensidad con que se impone a mi alma Dios Humanado Sacramentado, quien se manifiesta generalmente como Verbo de Dios, sabiduría divina, verdad, etc., encarnada. El recurso a los santos Angeles es también frecuente-aunque breve-y como necesario para mi alma, pues me impulsa a ello fuerza superior y me reporta mucho bien, especialmente los de la suprema jerarquía, los santos Animales del trono de Dios y los Angeles del sagrario y Custodios de Nuestra Madre Purísima, el de V. R. y el mío, pero la invocación los comprende a todos. Todo lo que pretendo sin previo impulso, lo hago malísimamente y me impide la contemplación, pues no puedo hacer nada por rutina o impulso propio. Por esta razón creo que convendría simplificar o reducir las obliga– ciones-devociones comunes-al amor, empleando el tiempo consagrado a ellas en amar a Dios en nombre de toda la Iglesia, en unión de Jesús y María-como lo hago siempre-, o cosa semejante, si es que no conviene continuar la contemplación que constituye mi vida. 2.-El 17 llamé al P. Confesor para someter al santo sacramento de la penitencia los pecados que había llorado, especialmente mi ingrata corres– pondencia a la gracia, y, en general, los de la vida. Estaba tranquila, pero me pareció que sería del agrado de Nuestro Señor que .me acusara en el santo tribunal de la penitencia a pesar de que el día 12, al recurrir a la llaga de Jesús para cumplir la penitencia impuesta por V. R., recibir su bendición, etcétera, experimenté la aplicación de la sangre divina de Jesús, que me pa– reció circulaba por mi alma, y me merecía el perdón y la misericordia de Dios Padre, su amor infinito, etc., que experimenté. Mas como no había ge– mido ni llorado, quise repetir la confesión, y me quedé contenta. Para su tranquilidad debo decirle, Padre mío, que mi Dios querido com– pletó los cimientos o las piedras fundamentales del místico templo, conce– diéndome la gracia de llorar los agravios inferidos a su amor, las pérdidas habidas, etc., y, según los iba llorando, derribé los colosos que V. R. perse· guía en: mi alma, la soberbia, la buena opinión y estimación de que he sido objeto por parte de las criaturas, que juzgan las almas por las apariencias, mi exteriorización, degradación o humanización, etc., etc. Despojéme de todo, lo puse a los pies de mi Dios, y mi alma y potencias para que completase la purificación, y por medio de mi Padre me revistiese de ojos divinos para po• der contemplar su bondad y demás perfecciones. divinas.

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