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14 CORRESPONDENCIA DE LA M. ANGELES CON EL P. MARIANO bajo sus auspicios y recibí los sacramentos de bautismo y confirmación en un templo dedicado a su nombre, y a pesar de mi profunda miseria, siempre lo amé y lo tuve por Padre y especial Protector. Idéntica fe, confianza y amor profeso a San Pablo, San Juan Bautista y .San Juan Evangelista y a todos los Apóstoles. Le agradeceré, pues, mucho que me encomiende a todos en la San– ta Ciudad, que fué lo primero que me ocurrió cuando leí su anterior. Gracias por el ofrecimiento. Le entregaré un crucifijo y le diré lo que deseo. Si va a Asís, le agradeceré que visite a mi Madre y Reina divina en la iglesia de Por– ciúncula y póngame bajo sus auspicios y ruéguele que comparta conmigo su enjesusamiento. Pida esta gracia también a nuestro seráfico Padre Sa.n Fran– cisco, y en Roma, a los Santos Apóstoles. Dios se lo pagará. 3.-Estoy persuadida que le manifesté a V. R. las faltas que cometí hasta noviembre o diciembre de 1913. Puede revisar las cartas, y caso que no encuentre ninguna nota, tendrá que absolverme de ellas con la noticia vaga con: que absuelve a los que .se confiesan cada diez o veinte añ.os . A la tercera o cuarta semana, no lo recuerdo, llamamos a un Padre agus: tino, a quien comunicamos nuestro~ sufrimientos, a la vez que confesamos nuestras faltas. Recuerdo que ·hice una confesión tranquilizadora y que el Padre quedó .muy satisfecho y complacido de nosotras; fué a hablar .al .Pre– lado y le manifestó las buenas impresiones recibidas en el confesonario, a pe– sar de la terrible tribulación que padecíamos. No consiguió lo que solicitó y deseaba para nuestra tranquilidad, y nos aconsejó la resignación y que no hablásemos más del asunto. Procuré poner en práctica sus consejos. Al verme sola, redoblé la vigilancia sobre mi alma y cultivé con esmero la pureza de conciencia, procurando evitar todas las faltas voluntarias y las indeliberadas; confesaba dos, cuatro y hasta. diez, veinte veces para asegurar mejor el pe1:dón. Me confesaba con todos los confesores, o casi todos los que estaban autorizados y llamaban las religiosas, para repetir las confesiones semanales que hacía con el ordinario, aunque estuvieran prevenidos contra mí. Era tal mi ansia de recibir la absolución y conservarme inmaculada, o con la mayor pureza de alma posible, que con gusto sufría los palos que me daban los confesores, que veían en mí una víctima de las ilusiones de los directores crédulos, tontos, etc., que me habían dirigido. A todo contestaba: Amén. Pero no me fué útil ninguno de los confesores que me trató así en su afán de desilusionarme y sacarme el polvo que tenía en los pliegues del cora– zón, como decían, debido al alto cargo o larga prelacíá y credulidad de los

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