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LA MADRE DEJESUS SEGÚN A.K. EMMERICK 617 10.20. La víspera de la resurrección Mientras la Santísima Virgen oraba interiormente llena de un ardiente deseo de ver a Jesús, un ángel vino a decirle que fuera a la pequeña puerta de Nicodemo, porque Nuestro Señor estaba cerca. El corazón de María se inundó de gozo; se envolvió en su manto y se fue, dejando allí a las santas mujeres. La ví encaminarse de prisa hacia la pequeña puerta de la ciudad por donde había entrado con sus compañeras al volver del sepulcro. La Virgen caminaba con pasos apresurados, cuando la ví detenerse de repente en un sitio solitario. Miró a lo alto de la muralla de la ciudad y el alma de Nuestro Señor, resplandeciente, bajó hasta su Madre acompañada de una multitud de almas y patriarcas. Jesús, volviéndose hacia ellos y señalando a la Virgen, dijo: "He aquí a María, he aquí a mi Madre". Pareció darle un beso y luego desapareció. La Santa Virgen cayó de rodillas y besó el lugar donde así había aparecido. Debían de ser las nueve de la noche. Sus rodillas y sus pies quedaron marcados sobre la piedra. La visión que había tenido la había llenado de un gozo indecible, y regresó confortada junto a las santas mujeres, a quienes halló ocupadas en preparar ungüentos y perfumes. No les dijo lo que había visto, pero sus fuerzas se habían renovado; consoló a las demás y las fortaleció en su fe. La Santa Virgen se unión a la preparación de los bálsamos que las santas mujeres habían empezado a elaborar en su ausencia 6 6 • 10.21. La noche de la resurrección Las santas mujeres habían vuelto a sus habitaciones, y se había recostado: Querían ir al Sepulcro antes de amanecer, porque temían a los enemigos de Jesús. Pero la Virgen, animada de un nuevo valor desde que se le había aparecido su Hijo, las tranquilizó diciéndoles que podían reposarse y sin temor ir al Sepulcro, que no les sucedería ningún mal, y entonces se tranquilizaron un poco. Serían las once de la noche cuando la Virgen, llevada por el amor y por el deseo irresistible, se levantó, se puso una capa parda y salió sola de casa. Me decía [habla A.K. Emmerick]: "¿Cómo dejarán a esta santa Madre tan acabada, tan afligida, ir sola entre tanto peligro?" Fue a la casa de Caifás, al palacio de Pilatos, corrió todo el camino de la Cruz por las calles desiertas, parándose en los sitios donde el Salvador había sufrido los mayores dolores o los peores tratamientos. Parecía que buscaba un objeto perdido; con frecuencia se prosternaba en el suelo, tocaba las piedras o las besaba como si hubiese habido sangre del Salvador. Estaba llena de un amor inefable y todos los sitios santificados le parecían luminosos. Yo la acompañé todo el camino y sentí todo lo que ella sintió según la medida de mis esfuerzos. Fue así hasta el Calvario, y al acercarse se paró de pronto.Vía Jesús con su sagrado cuerpo aparecerse delante de la Virgen precedido de 66 C. López, La amarga Pasión de Cristo, Barcelona 2004, 234.

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