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LA MADRE DEJESUS SEGÚN A.I(. EMMERICK 615 exprimían después en las botas de cuero. La Virgen Santísima conservaba un valor admirable en su indecible dolor. No podía dejar el cuerpo de su Hijo en el horrible estado en que lo habían puesto en el suplicio, y por eso comenzó con una actividad incansable a lavarlo y a limpiarle las señales de los ultrajes que había recibido. Sacó con la mayor precaución la corona de espinas, abriéndola por detrás y cortando una por una las espinas clavadas en la cabeza de Jesús, para no abrir las heridas por el movimiento. Pusieron la corona junto a los clavos; entonces María sacó las espinas que se habían quedado en las heridas con una especie de tenazas redondas y las ense– ñó a sus amigas con tristeza. Pusieron estas espinas con la corona. Algunas deben de haber sido conservadas. Apenas se podía conocer la cara del Señor, tan desfigurada estaba con las llagas que la cubrían; la barba y el cabello estaban pegados con la sangre. María alzó la cabeza y pasó esponjas mojadas para lavar la sangre seca; conforme la lavaba, las horribles crueldades ejercidas contra Jesús se presentaban más distintamente. Y su compasión y su ternura se acrecentaban de una herida a otra. Lavó las llagas de la cabeza, la sangre que cubría los ojos, las narices y las orejas con una esponja y un pañito extendido sobre los dedos de su mano derecha; limpio, del mismo modo, su boca, entreabierta, la lengua, sus dientes y sus labios. Limpió y desenredó lo que restaba del cabello del Salvador y lo dividió en tres partes, una sobre cada sien, y la tercera sobre la nuca. Habiendo limpiado la era, la Virgen la cubrió después de haberla besado. Luego se ocupó del cuelo, de las espaldas y del pecho, de los brazos y de las manos. Todos los huesos del pecho, todas las coyunturas de los miembros estaban dislocados y no podían doblarse. El hombre que había llevado la Cruz tenía una herida enorme, toda la parte superior del cuerpo estaba cubierta de heridas y rasgada por los azotes. Cerca del pecho izquierdo, había una pequeña abertura por donde había salido la punta de la lanza de Casio, y en el lado derecho estaba la abertura ancha por donde había entrado la lanza que había atravesado el corazón. María lavó todas las llagas, y Magdalena, de rodillas, la ayuda de cuando en cuando, sin dejar los pies de Jesús que regaba con lágrimas abundantes y que limpiaba con sus cabellos. La cabeza, el pecho y los pies del Salvador estaban lavados: el sagrado cuerpo, blanco y azulado como carne sin sangre, lleno de manchas moradas y coloradas, en donde se le había arrancado la piel, reposaba sobre las rodillas de María que cubrió con un lienzo las partes lavadas y después se ocupó de embalsamar todas las heridas, empezando por la cara. Las Santas mujeres, arrodillándose enfrente de María, le presentaron a su vez una caja de donde sacaba algún ungüento precioso con que untaba las heridas y también el cabello. Cogió en su mano izquierda las manos de Jesús, las besó con respeto, y llenó de ungüento o de aromas los agujeros profundos de los clavos. Llenó también las orejas, las narices y la llaga del costado. Magdalena embalsamaba los pies del Señor; los regaba muchas veces con sus lágrimas y los limpiaba con sus cabellos. No tiraban el agua que habían usado, la echaban en botas de cuero a donde exprimían
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