BCCCAP00000000000000000000894

LA MADRE DE JESUS SEGÚN A.l(. EMMERICK 613 de la tristeza y de un profundo recogimiento, su dolorosa y sagrada labor del descen– dimiento de Jesús y el embalsamamiento del adorable cuerpo de Nuestro Señor. La Santísima Virgen y Magdalena esperaban sentadas al pie de la cruz, a la derecha, entre la cruz de Dimas y la de Jesús; las otras mujeres estaban ocupadas en preparar los paños, los aromas, el agua, las esponjas y las vasijas. Casio le contó a Abenadar el milagro de la cura de sus ojos... Al mismo tiempo, el centurión Abenadar arrancaba con esfuerzo el gran clavo de los pies. Casio recogió religiosamente los clavos y los puso a los pies de la Virgen... Mientras duraron los martillazos, María, Magdalena y todos los que estaban presentes en la crucifixión escuchaban sobrecogidos, porque el ruido de esos golpes les recordaba los padecimientos de Jesús... Cuando los tres hombres 61 bajaron del todo el sagrado cuerpo, lo envolvieron, desde las rodillas hasta la cintura, y lo depositaron en los brazos de su Madre, que los tenía extendidos hacia el Hijo, rebosante de dolor y de amor 62 . 10.17. María en el Sábado Santo En la parte de la casa donde estaba la Santísima Virgen, había una gran sala con celdas separadas para lo que quería pasar la noche allí. Cuando las piadosas mujeres volvie– ron del sepulcro, una de ellas encendió una lámpara colgada en el medio de la sala, y se sentaron a su luz, alrededor de la Virgen; rezaron con gran tristeza y recogimiento. Después se separaron para entrar en las celdas y descansar. A medianoche se levan– taron y se reunieron de nuevo con la Virgen a la luz de la lámpara para rezar. Cuando la Madre de Jesús y sus compañeras acabaron este rezo nocturno, Juan llamó a la puerta de la sala con algunos discípulos, todos cogieron sus manos y en seguida les siguieron al Templo. A las tres de la mañana, cuando fue sellado el sepulcro, ví a la Santísima Virgen ir al Templo acompañada de las otras santas mujeres, de Juan y otros discípulos. En esas fiestas, muchos judíos tenían costumbre de ir al Templo antes de amanecer, después de haber comido el cordero pascual. El Templo se abría a medianoche porque los sacrificios empezaban temprano. Pero como esta vez la fiesta se había interrumpido, todo estaba aún abandonado, y me apreció que la Virgen fue sólo a despedirse del Templo donde se había educado. Estaba abierto, según la cos– tumbre de ese día, y el espacio reservado alrededor del Tabernáculo para los sacer– dotes, estaba también abierto al pueblo, según se acostumbraba ese día; mas el Tem– plo estaba solo, y no había más que algunos guardias y algunos criados. Todo estaba en desorden. Los hijos de Simeón y los sobrinos de José de Arimatea, muy apenados por la prisión de su tío, recibieron a la Virgen y las santas mujeres y las condujeron por todas partes, 61 Casio, José de Arimatea y Nicodemo. 62 C. L6pez,La amarga Pasión de Cristo, 212-214.

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz