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LA MADRE DEJESUS SEGÚN A.K. EMMERICK 611 el acento de un hombre nuevo: "Bendito sea el Dios todopoderoso, el Dios de Abraham, de Isaac y deJacob; éste era un justo; es verdaderamente el Hijo de Dios"... Juan se levantó, algunas de las Santas mujeres levantaron a la Santísima Madre a cierta distancia de la Cruz. Cuando la Naturaleza se transformaba y se rompía el velo del Templo, que separaba el tabernáculo del santuario, de arriba abajo; muchos di– funtos resucitaron, paredes del Templo, edificios y montañas se derribaron en mu– chas partes, todo estaba aterrorizado... Cuando el Salvador encomendaba su alma humana a Dios, su Padre, y entregaba su cuerpo a la muerte, Él, que era el dueño de la vida, pagaba la deuda de la muerte por nosotros pecadores, entonces su sagrado cuer– po se estremeció y se puso de un blanco lívido... Entonces se pusieron rígidas también las manos de su Madre, su vista se obscureció, el color lívido de la muerte la cubría, sus pies temblaban, sus oídos no sentían; ella cayó al suelo y también Magdalena, Juan y otros se desplomaban, y con la cara tapada, se abandonaban a su indecible dolor. Y cuando levantaban a la más amable y triste de todas las madres, vio ella aquel cuerpo, concebido sin mancha por el Espíritu Santo, carne de su carne, hueso de sus huesos, corazón de su corazón; el vaso sagrado de sus entrañas, formado por obra divina, este cuerpo ahora tan despojado de toda forma y hermosura abandonado a las leyes de la Naturaleza, que ella crió y el cual el hombre había desfigurado por el abuso del pecado, deshecho, maltratado, asesinado por las manos de aquellos por cuya redención y vida Él se hizo carne, golpeado, destrozado, expulsado como un leproso, privado de belleza, verdad y amor, allí enclavado en la Cruz entre dos ladrones. ¿Quién podría expresar los dolores de la Madre de Jesús, la Reina de los mártires? Eran poco más de las tres cuando Jesús dio el último suspiro 58 • 10.1 S. La lanzada Mientras tanto, el silencio y el duelo reinaban sobre el Gólgota. El pueblo, atemorizado, se había dispersado; María, Juan, Magdalena, María, hija de Cleofás y Salomé rodeaban, de pie o sentados, la cruz, con la cabeza cubierta y llorando... Pronto llegaron allí seis esbirros con escalas, azadas, cuerdas y barras de hierro para romper las piernas a los crucificados. Cuando se acercaron a la cruz, los amigos de Jesús se apartaron un poco, y la Santísima Virgen temió que fuesen a ultrajar aún más el cuerpo de su Hijo. No iba descaminada, pues, mientras apoyaban las escaleras en la cruz, comentaban que Jesús sólo se fingía muerto. Habiendo visto, sin embargo, que el cuerpo estaba frío y tieso, lo dejaron y subieron a las cruces de los ladrones... Los verdugos parecían dudar todavía de la muerte de Jesús, y el modo horrible en que habían quebrantado los miembros de los ladrones hacía temblar a las santas mujeres 58 P. Pablo, La amarga Pasi6n, 159-162.
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