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608 LUIS DÍEZ MERINO rosa, los fariseos corrían en medio del pueblo y lo excitaban y enfurecían. Pilatos, acordándose de la sedición de los celadores galileos de la última Pascua, había reunido a mil hombres, apostados en los alrededores del pretorio, en el foro y ante su palacio. La Santísima Virgen, su hermana mayor María, la hija de Helí, María la hija de Cleofás, Magdalena y alrededor de veinte santas mujeres se habían colocado en un sitio desde donde podían verlo todo. Al principio,Juan estaba también con ellas 53 . 10.11. Segunda caída de Jesús: Jesús y su Madre La dolorosa Madre de Jesús había salido de la plaza, después de pronunciada la sen– tencia inicua, acompañada de Juan de algunas mujeres. Habían visitado muchos sitios santificados por los padecimientos de Jesús, pero cuando el sonido de la trompeta, el ruido del pueblo y la escolta de Pilatos anunciaban la marcha al Calvario, no podía resistir el deseo de ver a su divino Hijo, y pidió a Juan que la condujese a uno de los sitios por donde Jesús debía pasar; se fueron a un palacio, cuya puerta daba a la calle, donde entró la escolta después de la primera caída de Jesús; era, si no me equivoco, la habitación del Sumo Pontífice Caifás, pues la de Sión es sólo tribunal. Juan obtuvo de un criado compasivo el permiso de ponerse en la puerta con María. Con ella estaban, además un sobrino de José de Arimatea, Susana, Juan Cusa y Salo– mé de Jerusalén. La Madre de Dios estaba pálida, y con los ojos encarnados de tanto llorar, y cubierta de una capa parda azulada. Se oía el ruido que se acercaba, el sonido de la trompeta y la voz del pregonero publicando la sentencia en las esquinas. El criado abrió la puerta, el ruido era cada vez más grande y espantoso. María oró y dijo a Juan: "¿Debo ver este espectáculo? ¿Debo huir? ¿Cómo podré soportarlo?" Al fin salieron a la calle que era aquí más ancha y subía ya algo. María se paró y miró; la escolta estaba a ochenta pasos, no había gente delante sino por los lados y atrás. Cuando los que llevaban los instrumentos del suplicio se acercaron con aire insolente y triunfante, la Madre de Jesús se puso a temblar y a gemir, juntando las manos, y uno de esos hombres preguntó: "¿Quién es esta mujer que se lamenta?", y otro respondió: "Es la Madre del Galileo". Cuando los miserables oyeron tales palabras llenaron de injurias a esta dolorosa Madre, la señalaban con el dedo, y uno de ellos cogió en sus manos los clavos con que debían clavar a Jesús en la Cruz, y se los presentó a la Virgen, burlándose. María miró a Jesús y se agarró a la puerta para no caerse, pálida como un cadáver con los labios azules. Los fariseos pasaron a caballo: Después el niño que llevaba la inscripción; detrás su Santísimo Hijo Jesús, temblando, doblado, bajo la pesada carga de la Cruz, declinada su cabeza coronada de espinas de la pesada Cruz en sus hombros. Echaba sobre su Madre una mirada de compasión y habiendo tropezado cayó por segunda vez sobre su 53 C. López, La amarga Pasión, 134.
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