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LA MADRE DEJESUS SEGÚN A.I(. EMMERICK 605 - "¿No es ésta la Madre del Galileo? Su Hijo va a ser crucificado, pero no antes de la fiesta. A no ser que en efecto sea uno de los más grandes criminales". La Santísima Virgen abandonó el patio y se fue junto a la lumbre, en el atrio, donde todavía quedaba un resto del populacho. En el sitio exacto donde Jesús había dicho que era el Hijo de Dios y donde los hijos de Satanás habían gritado "Es reo de muerte", María perdió el conocimiento, y Juan y las santas mujeres tuvieron que recogerla, más muerta que viva. La gente no dijo nada y guardó un extraño silencio; como si un espíritu celestial hubiera atravesado el infierno. Las santas mujeres yJuan volvieron a pasar por el sitio donde estaban construyendo la cruz. Los obreros parecían encontrar tantas dificultades para acabarla como los jueces habían encontrado para poder pronunciar la sentencia. Sin cesar tenían que traer madera porque tal o cual pieza o no servía o se rompía, hasta que los diferentes tipos de madera estuvieran combinados del modo que Dios quería. Ví que los santos ángeles obligaban a empezar de nuevo hasta que todo fuese hecho como estaba escri– to; pero no recuerdo muy bien todas las circunstancias, así que lo dejaré correr 48 . 10.6. María cuando Jesús es conducido a Pilatos En la esquina de un edificio, no lejos de la casa de Caifás, esperaba la Madre de Jesús, junto con Juan y Magdalena esperando verlo. El alma de la Santísima Virgen estaba siempre unida a la de Jesús, pero impulsada por su amor, quería acercarse a Él perso– nalmente. Tras su visita nocturna al Tribunal de Caifás había estado en el cenáculo, sumida en un silencioso dolor; cuando Jesús era sacado de nuevo de la prisión para ser presentado a los jueces, ella se levantó, se puso su velo y su capa y dijo a Juan y a Mag– dalena: "Sigamos a mi Hijo a casa de Pilatos; tengo que verlo con mis propios ojos". Se colocaron en un sitio por donde la comitiva debía pasar y esperaron. La Madre de Jesús sabía bien lo horriblemente que estaba sufriendo su Hijo, pero su vista interior nunca habría podido concebir que la crueldad de los hombres lo hubiera dejado tan desfigurado y golpeado; porque en su figuración, sus grandes dolores aparecían calma– dos por la santidad, el amor y la paciencia. Pero entonces, se presentó ante su vista la terrible realidad. Primero pasaron los orgullosos enemigos de Jesús, los sacerdotes del Dios verdadero con sus trajes de fiesta, revestidos con sus decisiones tomadas y su alma llena de mentira y maldad. Los sacerdotes de Dios se habían vuelto sacerdotes de Satanás. A continuación, venían los falsos testigos, los acusadores sin fe, y el pueblo con sus clamores. Al final de todos llegó Jesús, el Hijo de Dios, el Hijo del Hombre, su Hijo, desfigu– rado, maltratado, atado, empujado, arrastrado, cubierto de una lluvia de injurias y de maldiciones. Él hubiera sido perfectamente irreconocible incluso para su Madre, si 48 C. López, La amarga Pasión de Cristo, 102-106.
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