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FE CRISTIANAY CONCIENCIA DE LA CERCANÍA DE DIOS 117 ser otro que Dios mismo. Dios se conoce a Sí mismo con un acto eterno (en Dios ser y conocer se identifican) y, conociéndose a Sí mismo, alcanza la plenitud del conocer. "Deus se per seipsum intelligit", afirma con fórmula neta santo Tomás de Aquino; que añade a continuación "Cum Deus nihil potentialitatis habeat, sed sit actus purus, oportet quod in eo intellectus et intellectum sint ídem omnibus modis" 11 • "Divina cognitio -reitera san Buenaventura- non habet certitudem a re, quia ab ipsa nec causatur nec oritur" 12 • La fórmula aristotélica según la cual el primer motor es un pensamiento que se piensa a sí mismo tiene pues pleno sentido. No lo tiene en cambio asumir esa fórmula como expresión de una trascendencia de Dios que implique indiferencia frente a todo lo que no pertenezca a la intimidad divina. De minibus non curat Praetor, afirma un aforismo jurídico latino. Un traslado ese principio a un nivel metafísico equivale a concluir, como lo hicieron Averroes y Avicena, que Dios se conoce a Sí mismo y a los seres espirituales superiores, pero se desentiende de lo que acontece en el mundo sublunar, en el mundo de lo material y de lo pequeño. Se pasa así de una formulación metafísica dotada de innegable profundidad, aunque necesitada de complemento -la afirmación de Dios como un pensamiento puro- a una tesis contraria al núcleo de la fe cristiana y por tanto, comentaría el doctor de Bagnoregio, no sólo herética, sino impía, es decir contraria a la piedad. ¿Cómo y por qué pueden afirmarse que son compatibles la afirmación de la absoluta trascendencia divina y la del conocimiento por parte de Dios de lo singular concreto? Uno de los dogmas cristianos fundamentales, el de la creación, permite resolver la aporía. Dios conoce los seres, hasta los seres más pequeños, hasta los actos más menudos, porque es el Creador, que da la existencia, mantiene en el ser y otorga la capacidad de actuar a la totalidad de los seres. Y lo hace no a través de causas intermedias que lo alejarían de la realidad menuda, sino alcanzan– do de forma inmediata a los seres concretos y singulares. Nada escapa a la acción y a la mirada divinas, y a la vez Dios a nada se subordina, porque todos y cada uno de los entes, todas y cada una de las acciones, deben su ser al actuar creador y provi– dente de Dios. 11 Tomás de Aquino, Summa theologiae, I, q. 14, art. 2 (ed. Leonina, IV, 168); ver también In I Sent., d. 35, q. 1, art. 3 (ed. Parmensis, VI, 283-284). 12 Buenaventura, In I Sent., d. 38, art. 2, q. 2 (ed. Quaracchi, I, 678).

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