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FE CRISTIANA YCONCIENCIADELACERCANÍADEDIOS 115 Mencionar a los grandes maestros medievales en relación con el deísmo puede parecer extemporáneo, ya que nos traslada a otro momento de la historia del pen– samiento. Sólo que si bien esos maestros -desde Pedro Lombardo a san Buena– ventura, santo Tomás de Aquino o el beato Juan Duns Escoto- no tuvieron frente así el deísmo de la época moderna, sí conocieron el averroísmo latino y, sobre todo, un pensamiento, el aristotélico, que, al subrayar con fuerza la consistencia de las naturalezas como principios de operaciones y al colocar en la cumbre de las causas que explican el movimiento un motor inmóvil hacia el que toda movilidad tiende, pero que no actúa por vía de eficiencia, planteaba fuertes retos a la razón creyente. Y los planteaba concretamente en relación con los aspectos de la piedad cristiana a los que nos venimos refiriendo. No estuvo, pues, presente en sus escritos el deísmo en cuanto tal, pero sí algunas de las cuestiones con las que el deísmo se relaciona, y a las, en su diálogo con Aristóteles, se esforzaron por dar respuesta. El intento medieval -como el patrístico y, en general, el de la teología de todos los tiempos- presupone una aguda conciencia de la armonía entre razón y fe; o, hablando quizá con más propiedad, un vivo sentido de la verdad de la fe, en la que a la inteligencia humana le es dado profundizar, poniendo de relieve la hon– dura y la riqueza del mensaje revelado y, en consecuencia, iluminando desde él la totalidad de lo real. Dicho con otras palabras, el pleno convencimiento de la gran verdad encerrada en el crede ut intelligas agustiniano: la fe, el mensaje de la revela– ción con el que la fe pone en comunión, abre la vía a una comprensión cada vez más profunda y acabada de la realidad de Dios, del hombre y del mundo. Implica también, desde una perspectiva en parte diversa, pero complemen– taria de la anterior, ese asombro que, como ya dijeran los pensadores griegos, está en la base del progresar de la inteligencia humana. Un asombro que, en el caso de la teología, radica en la percepción del reto que la verdad cristiana lanza a la razón. Ese y no otro es, en el fondo, el sustrato de la quaestio, de la contraposición entre razones al menos aparentemente válidas, de acuerdo con la que se estructur6 meto– dol6gicamente el teologizar del medioevo.Juan Duns Escoto lo expresa con la niti– dez que le es característica, y en referencia a la temática que nos ocupa. Concreta– mente al inicio de la distinctio 36 del libro primero de las Reportata parisiensia, donde después de haber evocado los problemas que, desde una perspectiva aristo– télica, implica el hecho de afirmar que Dios conoce algo distinto de Sí mismo, prosigue: "Contra: Ad Hebraeos 4 [13]: <<Ümnia nuda et aperta sunt oculis eius».

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