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114 JOSÉ LUIS ILLANES ánimos provocada en el siglo XVII y siguientes por el surgir y el posterior desarro– llarse de las ciencias experimentales y físico-matemáticas, sin olvidar el desarraigo espiritual producido por las guerras de religión que arrasaron la Europa de los comienzos de la edad moderna. Es un hecho, en todo caso, que entre el deísmo práctico y el teorético o filosófico hay nexos profundos, y que el filosófico con– stituye un claro estímulo para el deísmo práctico, a cuya consolidación contribuye. De ahí la gravedad de sus implicaciones históricas. Es, ciertamente, una posi– ción teoréticamente ambigua, a mitad de camino entre el teísmo, que ordinaria– mente le antecede, y el agnosticismo y el ateísmo, a los que conduce. Más aún, su– perficial y, en resumidas cuentas, vital e intelectualmente confusa incoherente, como ya subrayara Nietzsche, en las diatribas que, por boca de Zaratustra, dirigiera a quienes, habiendo negado a Dios, pensaban que, aun supuesta esa negación, el universo moral permanecía inmutado 6 • Esa superficialidad y esa incoherencia no impiden que pueda tener, y tenga de hecho, un fuerte influjo en la vivencia reli– giosa, a cuyo debilitamiento contribuye. No es por eso extraño que la apologética y la teología cristianas hayan dado vida a lo largo de los siglos a una amplia polémica contra el deísmo en general y sus representantes en concreto. En ocasiones esa polémica se ha mantenido a nivel existencial, contraponiendo a la actitud deísta el testimonio de una fe viva, de la que brotan una sentida conciencia de la cercanía de Dios y una existencia constan– temente referida a Él. En otros momentos ha seguido las vías de una diatriba que recuerda, en más de un momento, la de Nietzsche, aunque desde una perspectiva creyente7. En otros, finalmente, ha emprendido la tarea de un debate intelectual, encaminado a poner de manifiesto la insuficiencia filosófica del deísmo, enfren– tándose con las cuestiones teoréticas que pueden darle visos de verosimilitud. Es en este debate intelectual en el que queremos fijar nuestra atención, acudiendo para ello a los grandes maestros de la teología medieval. 6 Sea la frase «Dios ha muerto», como expresión de una actitud cultural que prescinde de Dios, sea la crítica a quienes, habiendo asumido esa posición, no advierten la plenitud de sus implicaciones, están presentes tanto en La gaya ciencia como en Así habló Zaratustra. 7 Baste pensar en diversos pasajes de la obra de Gustave Thibon, en Miracles de C.S. Lewis o, más netamente, en el ensayo Dieu est Dieu, nom de Dieu! (Paris 1976), en el que su autor, Maurice Clavel, denuncia la hipocresía de quien arguye en contra del milagro diciendo que toda intervención divina en la naturaleza y en la historia iría en deterioro de la perfección de su acto creador: ¡dejad -exclama- que Dios sea Dios, y actúe como lo considere oportuno!.

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