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LOS FRANCISCANOS Y EL ISLAM 81 era diferente: si habían profesado la fe, podían ser obligados "a cumplir lo que han prometido y mantener lo que en un momento recibieron" 32 • A pesar, de que santo Tomás utilizó los argumentos tradicionales del cristia– nismo para atacar al Islam (su presunta violencia y licencia sexual y el hecho de que Mahoma no hubiera obrado milagros.), el problema fundamental que él atribuyó al Islam fue la falta de autoridad, una autoridad que los milagros podrían haber proporcionado. Por lo demás, santo Tomás en lo que se refiere a las Escrituras cristianas, concedió a los musulmanes cierta flexibilidad de interpretación: Nor– man Daniel sostiene que santo Tomás constituyó la única excepción a la práctica medieval de querer imponer a los musulmanes que aceptaran sin cuestionamiento las Escrituras cristianas 33 Los papas, como las órdenes religiosas de entonces, estaban convencidos de que para llevar al infiel hacia Cristo, había que conocer su fe y hablar su lengua. El ímpetu misionero del siglo estuvo acompañado por el aprendizaje de las lenguas orientales, bien sobre el terreno, en las misiones fundadas por los franciscanos y dominicos, o bien en las escuelas creadas en Occidente, como la de Ramón Lulio en Mallorca. Lulio escribió unos doscientos libros y tratados tanto en latín, como en cata– lán y árabe. Concibe la ciencia sólo en función de la conversión de los incrédulos, herejes e infieles. A parte de fundar diversas escuelas para misioneros, intentó visi– tar al sultán egipcio y viajó a África del Norte tres veces, donde finalmente murió. Lulio abogó para que la aproximación al Islam se realizara en forma pacífica a tra– vés de una predicación fervorosa que, reconocía, podía acabar en martirio. Si bien Raimundo Lulio no fue el primer autor en proponer un acercamiento pacífico a los sarracenos, pero sus argumentos fueron, sin duda, los más elocuentes. En su obra, sin embargo, Lulio reconocía que, a veces, podía ser necesario valerse de la fuerza para alcanzar la conversión de los infieles, aceptando que la predica– ción no era la única manera de ganarse prosélitos. En una de sus obras, al igual que lo había hecho el papa Inocencio IV antes que él, Lulio sostenía que el papa debía enviar predicadores capacitados que habla– ran el idioma de sus oyentes para predicar a los infieles, pero que si éstos se resi– stían a las palabras del Evangelio, las autoridades cristianas debían emprender la 32 Jbidem. 33 N. Daniel, Islam and the West: TheMakingofan Image, Edinburgh 1960, 55 y 336, n. 25.
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