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CONVERSACIÓN 23 que, partiendo de la autoestima soberbia, les lleva al deseo de poseer la perfección infinita de Dios en la bienaventuranza. Pero viendo que esto les era imposible mientras Dios fuera Dios, su deseo ahondó en la perversidad odiando a Dios y de– seando que no existiera. Dios les estorbaba. Podría ser una imagen de nuestra so– ciedad occidental, no sólo en costumbres individuales, sino en las actitudes sociales de los legisladores y gobernantes. Con conciencia perversa, no se quiere reconocer lo que saben es verdad, por ejemplo: que Europa ha tejido los mejores capítulos de su historia a la luz de la ley de Dios y de su Cristo. Hubo un tiempo -y hay todavía naciones americanas que persisten afortunadamente en ello- en que el nombre de Dios aparecía en el inicio mismo de las constituciones y, en su nombre, se juraba servir fielmente al pueblo. Las naciones de Europa en su mayoría van dejando la referencia a Dios. Así, pretendiendo una autonomía que llaman cultural y cientí– fica, se creen libres para hacer ley lo antinatural y antidivino. J.Á.E.: Usted se ha ocupadofundamentalmente de las grandes figuras.francisca– nas (también de las pequeñas): san Buenaventura, Duns Escoto, Guillermo de Ockham, san Lorenzo de Brindis. ¿Podría decirnos qué es lo que más le sigue llamando la aten– ción, a nivel teológico, de cada uno de ellos? P. Bernardino: Todos ellos son franciscanos, es decir, en su pensamiento subyace siempre el amor como gratuidad expansiva tanto en Dios como en el hom– bre. Buenaventura fue en cierto modo el abanderado, consciente pero no esclavo, del agustinismo tradicional frente a la irrupción del aristotelismo en su versión tanto radical como moderada (léase tomismo). Escoto recoge la herencia de Buena– ventura y la sitúa en una dirección de progreso original, haciendo avanzar agusti– nismo y aristotelismo a la luz de un Dios libre en su acto creador de la nada, por eso radicalmente amor que se entrega, poniendo en el fundamento del ser la di– mensión explosiva del amor, que encuentra su expresión máxima en la Encarna– ción del Verbo. Ockham recalcará esa libertad de Dios no sujeta a nuestras reglas. Tachar esto de arbitrariedad es leerlo fuera de su contexto. Ockham fue un pensa– dor inteligentemente descontento. San Lorenzo de Brindis, en su producción, preferentemente homilética, no refleja una posición exclusiva respecto de un siste– ma escolástico. Pero tiene posiciones claras dentro de la tradición franciscana: cen– tralidad de Cristo en unión con María Inmaculada, el amor como justificación de todo conocimiento, etc.
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