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430 LÁZARO DE ASPURZ En la importante sesión, antes mencionada, de 10 de diciembre de 1778, leyóse un informe del comisario general de Indias de los franciscanos, fechado el 17 de agosto del mismo año, en que repre– sentaba la imposibilidad de recoger expediciones misioneras en las provincias españolas, debido a esa limitación en la imposición de hábitos. El número de franciscanos había disminuido en 5.582, según otro informe presentado por el comisario general de Familia. Un sólo ejemplo dará idea de lo grave de la tragedia: en la provincia de los Ángeles, de tan glorioso pasado misionero, no se permitía dar más de 16 hábitos cada trienio, y morían unos 50 en el mismo plazo. Suplicaba, por tanto, el comisario de Indias se concediera a cada provincia dar tantos hábitos cuantos religiosos fallecían y salían para ultramar 6 • El mismo Consejo de Indias llegó a convencerse de lo absurdo de aquella política regalista, inspirada por los aires econo– mistas que se respiraban en la España de Campomanes; en 1782 elevó al rey la súplica de que se abrieran de nuevo los noviciados a los observantes, descalzos, capuchinos, dominicos, agustinos calzados y agustinos recoletos, es decir, a todas las órdenes reconocidas oficial– mente como misioneras 7 • No tenía, sin embargo, toda la culpa el regalismo. Los informes de los religiosos al Consejo de Indias callaban los motivos internos, más profundos e irremediables. El mismo exceso numérico tenía que traer por fuerza el embotamiento de ideales generosos; piénsese en lo que suponía la cifra de 55.453 religiosos y 27.665 monjas en 1767 para una población total de 9.159.000, en medio de la cual vivían, además, 65.687 sacerdotes seculares; y téngase en cuenta que, no obstante las limitaciones impuestas a los noviciados, en 1800 la cifra de religiosos habíase elevado a 59.768 y la de monjas a 33.630 8 • Aquella masa de religiosos, en su mayoría inactiva o empeñada en estériles disquisiciones de escuela, tenía abocadas las órdenes religiosas a una inevitable bancarrota. La postración espiritual era general en los últimos decenios del siglo XVIII; había como un cansancio de los espíritus, producido de una parte por el escepticismo respecto de un posible resurgimiento y de otra por las trabas externas con que atenazaban los poderes civiles y eclesiásticos, a todo lo cual uníase el creciente desprestigio ante el pueblo fiel dirigido por la minoría intelectual enciclopedista. En un clima así, tan poco propicio al heroísmo, no era posible que germinara la vocación misionera. Hay testimonios abundantes de 6 Cf. O. MAAS, loco cit. 18(1917) 47-49, 128-132, 209-217; AGI, Filipinas, 1054. 7 O. MAAs, loco cit., 455. s Cf. LÁZARO DE AsPURZ, La aportación extranjera a las misiones españolas del Patronato regio, Madrid 1946, 267.
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