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LA VOCACIÓN MISIONERA ENTRE LOS CAPUCHINOS ESPAÑOLES 447 prende de la respuesta dada el 21 de diciembre de 1787 por el pro– curador de las misiones al provincial P. Luis de La Fuente: « Por punto general está mandado por el Rey y Consejo se alivie a los que regresan habiendo cumplido con edificación su tiempo... ; el fin no es otro que alentar a los tibios a que emprendan la grande obra del ministerio apostólico. Si a V.P. le parece que, sin material incentivo, había siempre en esa provincia número suficiente de religio– sos para reemplazar las misiones y establecimientos que están a su cargo y que él necesita para este y otros fines del servicio de ambas Majestades, en este caso no hay que innovar nada y sí dejarlo a que logren por entero los eternos premios, que es por lo que anhelaban nuestros antiguos, ofreciéndose hasta los más condecorados en la Orden por sus puestos y letras para servi.r apostólicamente entre in– fieles, surcando mares y en extraños climas » 38 • c) El« cuarto voto de misiones», idea del P. Miguel de Pamplona Estaba averiguado que el ambiente de la masa de los religiosos, en la mayoría de las provincias, no estaba para volver a vibrar con el apostolado entre infieles. Había que pensar en una selección expresamente cultivada, en que por un lado se salvaguardase el ca– rácter personal y espontáneo de la vocación misionera y por otro se garantizase un número suficiente de auténticos. misioneros pública– mente comprometidos en la empresa. ¿Cómo lograrlo? En 1776 hace su aparición en el escenario de las misiones de América el P. Miguel de Pamplona, una de las figuras más originales y destacadas de la historia misionera de fines del siglo XVIII. Hombre de grandes cualidades, influyente, inquieto, proyectista fecundo, quizá más bien soñador. Reformista por temperamento, dedicó su vida primeramente a promover la renovación interna de la Orden y después la reforma del sistema de evangelización del Nuevo Mundo. Por sus venas corría sangre noble de linaje español e italiano. Fueron sus padres don Juan González, gobernador de la plaza de Pamplona, y Catalina Grini, marquesa de Borghetto. Cuando contaba 32 años de edad y ostentaba el grado de coronel del regimiento de Murcia, abrazó la vida capuchina en Italia. Apenas terminado el tiempo de formación quiso ya trasladarse a países infieles. Fallido por entonces su anhelo, constituyóse en adalid de un movimiento de reforma en las provincias capuchinas del norte de Italia mediante el establecimiento de casas de retiro. Al no conseguir triunfar en la empresa y en vista de que su situación en Italia iba a ser violenta, pidió y obtuvo su traslado a España. Ahora podría ver realizada su antigua vocación de misionero, pero tenía que ser conforme a su estilo de grandiosas concepciones; no sería un misionero anónimo. ss PROILÁN DE RIONEGRO, Cartas y documentos ..., 60; cf. 56.

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