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442 LÁZARO DE ASPURZ c) « Pero aunque son éstas las razones más comunes con que se arman los PP. sacerdotes y predicadores para rehusar lo que es tan propio como esencial a su dignidad y oficio, no dejamos de cono– cer, por lo que nos acredita la experiencia, que en la verdad son otros dos muy diversos los motivos de que proviene su irresolución re– prehensible. La ociosidad y la falta de oración son la causa inmediata y certísima de este gravísimo daño» [el subrayado es del original]. En términos fuertes, pero realistas, fustiga a los frailes ociosos, que parecen haber venido a la religión sólo « a disfrutar las temporales, aunque escasas, comodidades det alimento, vestido, habitación y fu– neral...; contentos con celebrar el Santo Sacrificio, estar en el coro, asistir a un enfermo, predicar algún sermón, más de lucimiento que de espiritual utilidad, y hacer alguna otra obra buena, se juzgan sufi– cientemente dispensados de las laboriosas tareas del ministerio apos– tólico y demás funciones que de nosotros exige la Regla a Dios pro– metida y el carácter sacerdotal ». Mas la fuente de todo el mal es el abandono de la oración mental: « De la oración resulta el amor a Dios; de éste, como inseparable de él, la caridad con el prójimo, cuyo objeto principal es el beneficio de sus almas; sigue después el desearlo, a esto el pedirlo, y al pedirlo el ofrecerse de todas suertes para su logro. En ella se encienden aquellos intensísimos afectos de dar una y mil veces la vida, derramar la sangre, padecer todos los males del mundo y aun, sin pecado, todos los tormentos del infierno, para que las almas no se pierdan ». Si hubiera alguna duda sobre la paternidad del documento, basta– ría esta página, que recuerda ciertos párrafos de las cartas del beato Diego a su director el P. González, para darlo por suyo. La tercera parte de la pastoral es un apremiante llamamiento, en que se resumen las razones expuestas. El provincial espera no faltarán ofrecimientos voluntarios, mas de no existir, advierte que el rey « se halla tan empeñado en llevar a efecto sus reales piadosas intenciones, que nos asegura ha de valerse de todos los medios posi– bles y usar, en caso necesario, de cuantas facultades tiene sobre nosotros ». Y añade por su cuenta: « El oficio de prelado, en que sin mérito alguno me hallo consti– tuído, no carece de ellas para señalar los que, según Dios, reconozca– mos idóneos para tan venerable empresa... Nos será muy sensible que nuestros muy amados súbditos den lugar a que, contra nuestra vo– luntad, usemos de esta autoridad que Dios nos ha conferido y por derecho gozamos; pero, aunque con notable disgusto nuestro, nos será inexcusable en el caso de no encontrarse otro medio para que no quede frustrada la mente y disposición del Soberano». Examinadas a la luz del concepto tradicional franciscano de la vocación misionera, las ideas del beato Diego desentonan. No aparece en ellas aquella veneración hacia la « divina inspiración » como ele– mento exigido por la Regla, no se presenta esa vocac10n como un derecho del religioso que se siente llamado a ir entre infieles, sino
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