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436 LÁZARO DE ASPURZ como antes de embarcarse, por habérsele quitado el susto y el mareo, en que sólo consistía su nueva dolencia». Los superiores, pues, no tomaron en cuenta su enfermedad. Llevóse el asunto al Consejo, a donde el pretendido enfermo envió una instancia en su favor, que fue desestimada. El Consejo ordenó que volviese a su convento hasta que hubiera nueva expedición, y que si se obstinaba en no ir a su destino, fuera desterrado, « por estar ya asignado por el Rey a la América». Pero el P. Serafín no dio su brazo a torcer y logró hacerse con un certificado médico de su falta de salud, consiguiendo por fin que el Consejo lo borrara de la lista y desistiera de hacerle em– barcar. En realidad lo que sucedió fue que poco antes había llegado una carta del procurador de Maracaibo, P. Celedonio de Zudaire, en que, ante la noticia de que se preparaba una nueva expedición y temiendo no se colaran en ella sujetos indeseables, daba una lista de nombres de religiosos de la provincia que no debían ser admitidos, y entre ellos se hallaba el P. Serafiín de Los Arcos. Ocurría, pues, que a este número ocho no le querían ni en la provincia ni en la misión. y es curiosa, a este respecto, la respuesta que dio el procurador general de corte, P. José Bernardo de Espera, un andaluz de mucha flema: « Yo no tendría reparo en que el dicho [P. Serafín] vaya, y aun los demás que V.P. repudia; pues a veces los que por acá no son a pro– pósito, suelen probar ahí bien; y porque el hombre es capaz de mudar de dictamen y aun de costumbre, como las plantas que se llevan de unas regiones a otras... No quiera V.P. medirlos a todos por su espíritu y talento, pues toda comunidad siempre se ha compuesto de fuertes y flacos, de sanos y enfermos, de ancianos y jóvenes, de veteranos y bisoños... » 20 III. - RECURSOS EMPLEADOS PARA RESOLVER LA CRISIS a) Exhortaciones pastorales. Parte que cupo al beato Diego de Cádiz. Su doctrina sobre la vocación misionera Los superiores no tardaron en caer en la cuenta de que la crisis de la vocación misionera no era más que una de tantas manifestacio– nes de otra crisis más profunda y general. La masa de los religiosos carecía de fervor para aceptar los renunciamientos e incomodidades de la vida misionera, tal como se practicaba en las reducciones; y la selección, formada por religiosos de buen espíritu, que no faltaban, se retraía por temor a los peligros inherentes a la vida suelta del misionero y quizá por un concepto equivocado de los bienes de la observancia conventual. Acabamos de ver, en las cartas del P. Espera, 20 !bid., 15-17.

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