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.324 CORRESPONDENCIA DE LA M. ÁNGELES CON EL P. MARIANO lo es el Espíritu Santo, como lo es su Hijo Unigénito, como lo es el mismo Dios, pues todo es Dios, porque procede de Dios, así como yo procedo de Dios, y todo lo que procede de Dios debe volver a Dios, así como Yó volví a Dios, de quien procedo. No sé cómo expresar lo que vi y entendí acerca del parentesco y afinidad del hombre con Dios, del infinito amor de Dios al hombre, el motivo de este amor, que es ser los hombres productos del Sér di– vino, como lo es el Verbo del Padre y el Espíritu Santo del Padre y del Hijo, etc. ,etc. Fueron tantos y tan divinos los misterios de amor que me reveló Jesús, que quedé no sé cómo. Comprendí de una ma. nera clara los sublimes misterios de amor encerrados en aquellas pa– labras que .dirigió Jesús al Padre la noche de la cena, rogando por los Apóstoles: «Tuyos eran y me los diste a mí... (1). Yo estoy en ellos y tú estás en mí, a fin de que sean consumados en la unidad y conozca el mundo que tú me has enviado y amándoles a ellos como me amaste a mí ... Que el amor· con que me amaste esté en ellos y Yo en ellos», etc., etc., etc. Al indicarme: «Así amó Dio.s al mundo, que le dió a su Hijo Unigénito», me pareció que Jesús, descendiendo de la díestra del Padre en la bajeza de. mi alma y absorbiendo a ésta en su Divina Persona Humanada, la elevaba hasta Dios Padre, y que Este se entregaba todo a mí. A las paiabras : «Así amó Dios al mun– do, que le dió al Espíritu Santon, y más tarde : «que le dió a mi San– tísima Madre», etc., me pareció que en la misma forma que el Ver– bo de.scendían a mi alma la Divina Persona del Espíritu Santo y 1a SantísiJ,Ua Virgen, y que Esta y Aquél me conducían nuevamente a Dios Padre y a Dios. Hijo ; en fin, la mar de cosas que no se pue– den decir. Al ver cuán mío era Dios y cuán de Dios era yo, me afligí mucho recordando (aunq'Ue de una manera general y en confuso) las ofensas que había inferido a Dios y todo lo que había· hecho contrario al atributo de su santidad y bondad infinitas, siendo como era toda suya, pues me parecía que Dios, el Verbo y el Espíritu Santo y yo (y lo mismo las demás almas) no constituíamos más que un sér único en nuestro origen y en nuestro fin, aunque múltiple en un septido que no acierto a explicar. Parecíame también que Jesús, mostrándome sus designios relacionados con el grado de unión íntima con El y en El, (r) Joan., XVII, 6.

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