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322 CORRESPONDENCIA DE LA M. ÁNGELES CON EL P. MARIANO fás. y Pilatos que encuentro en la Jerusalén de mi alma, para que no impidan a Jesús entrar en ella al día siguiente, ni le quiten la vida el Viernes Santo, como hicieron •1os de su tiempo en Jerusalén de Palestina. Este año, como había visto ocho días antes al lobo infer– nal intentando introducirse en la comunidad cubierto con piel de oveja, no contenta con arrojar de la Jerusalén de mi alma a los ene– migos de Jesús 'instalados en ella, procuré también descubrir a los que estaban ocultos en la comunidad y hacerlos amigos de Jesús, y a los enemigos declarados sitiarlos, para que no puedan hacer daño, y mu– cho menos quitar la vida a 'Jesús. Por esto, sin duda, Jesús, el Miér– coles Santo, por la mañana, se hizo presente a mi alma en el coro en la forma que le dije, indicándome que querían echarle de casa, y el Jueves Santo, por la mañana, volvía a aparecérseme en el coro, tam– bién después de los Oficios, '~liciendo : «El que no está conmigo, está contra mín (1), e indicándome los medios de que se valía y quería valer el demonio para arrojar a su Majestad de esta ¡¡¡anta casa y de muchas comunidades religiosas. Y el mismo día, por Ir, noche, se hizo presente a mi alma para decirme lo mismo, poco más o menos, como también se lo indiqué a V. R. en la misma carta. El Mi~rcoles Santo, a las.'.ocho y media o nueve de la mañana, s'ufrió mi alma una agonía ig'tal a la que tuve el 26 de marzo en el confesonario, produciendo en mí los mismos efectos físicos y mora– .les. Después, puesta mi alm·a en comunicación con Jesús Sacramen- tado, Este, haciéndose presente a mi alma primero en el sagrario y luego no sé dónde, puso mi alma en un estado de sufrimiento tan grande, que parecía que lo íntimo de mi alma o parte superior de la misma, donde mora Jesús, estaba sufrie1;1do· las mismas penas y amar:. guras que padeció Jesús en su alma el último o penúltimo día de su vida mortal, pero no al modo de un alma que sufre en Jesús y con Jesús, cuando le ye sufrir por el amor que le tiene, sino como quien estuviera tan unida e identificada con Jesús, que padeciera como si fuera ella Jesús. Era un padecer amoroso, que parecía que diviniza– ba mi alma y que hacía de ella una misma cosa con Jesús, a quien estaba unida íntimamente. No recuerdo cuánto tiempo duró este modo de padecer, lo qtie recuerdo es que entendí, no una, sino muchas ve– ces, que lo que experimentaba en mi alma era efecto de las súplicas (r) 1Watth., XII, 30.

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