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CARTA XXXI, 28 ENERO 191 I 231 Unigénito de Dios Humanado a cierta distancia de· mí, pero en• el mismo coro. No tengo tiempo para explicar la forma y manera y be– lleza extraordinaria con que sé dejó ver de mi· alma pecadora. Me .,. mostraba mucho amor hacia mi alma. Coh u!la leve. insinuación me llamó, pero un llamamiento que no solaniente me indicaba a que me fuese a donde su Majestad estaba, sí que también que fuese en pos de El, imitándole en todo, como si cada acto de virtud o imitación suya fuese un ir mi alma a Jesús e identificarse con" El. Cuando me indicó Jesús que me fuera adonde El estaba, etc., le contesté: «Me voy a caer», indicándole al mismo tiempo que ya sabía su Majestad que estaba baldada y que no podía andar sola, pues me habían llevado al coro no sé si una o dos religiosas. «¡ Qué poca fe tienes!))' me dijo Jesús; <<¿ pues no ves que estás bien y puedes andar?)) Veía yo que estaba bien 'y que podía andar ; pero como muchas veces me quita y. vuelve los males, «no me atrevo-le dije-, porque las monjas se van a reír si me ·ven andar por el coro, máxime sabiendo que no puedo andar». Quise decirle que pasado aquel momento me iba a volver el baldamiento, y que al ver las monjas estas repentinas mutaciones se reirían de mí. «¡ Qué incrédula eres!))' dijo el Salvador, manifestándome su omnipotencia para quitarme los males de una vez· para siempre. Yo. sentía un amor muy grande a Jesús y me parecía que si iba a El en aquella ocasión haría loc11ras con su M·ajestad; y aunque me parecía que Jesús y yo estábamos en un~ región divina, sabía que aquella región estaba en el coro y que en el coro estaban fas monjas, y pensé que éstas oirían todo lo que yo dijera a Jesús. En esta creencia dije al Señor: «Bien sé, Dios mío, .que podéis hacer ese milagro (el que me había insinuado) e infinitamente mayores, si que– réis ; pero como acostumbráis darme y quitarme los males de un mo– mento a otro y lo habéis hecho ya tantas veces, pienso que ahora haréis lo mismo ; y además me da vergüenza, porque si voy a Vos soy capaz de hacer cualquier cosa. Si continuáis .aquí, cuando bajen las monjas al refectorio iré». Esto ¡'.tltimo le dije, porque sentía un no sé qué que a la fuerza que– ría llevarme a Jesús,' al modo que el fuego que lleva la máquina o le hace arid~u-. Resi~tí cuanto pude, y pude contenerme sin ir a Jesús. Este continuó ma~ifestándome su amor y sus deseos de que le imite ; y yo también le nianifesté los míos de complacerle ; pero no volvió a

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