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VIII CORRESPONDENCIA DE. LA M. ÁNGELES CON EL P. MARIANO oportunos consejos y animarla a. no. desfallecer .en la empresa de la propia santificación. La contestación de la M. Angeles, fecha 26 del mismo mes, está escrita por su secretaria, como todas las demás cartas que le dirigió hasta el 30 de marzo de· 19w, cuando por vez primera le escribió de su puño y letra. · El 14 de julio de 1909, fiesta del Seráfico Doctor San Buenaven– tura, tuvo lugar la segunda entrevista. Al presentarse en el locutorio del convento de la Concepción el P. Mariano fué inmediatamente co– nocido, sin que mediarari las acostumbradas fórmulas de presenta– ción. La lVI. Angeles le rogó que examinara detenida y seriamente su, espíritu, pues temía mucho vivir engañada: y perder, por consi– guiente, un tiempo precioso. Le preguntó, adem4s, cuántos y cuáles eran los grados de contemplación, y, según se los explic·aba, iba ella manifestando por los que su alma había pasado. • Para estudiar el problema de la fundación capuchina el P. Ma– riano estuvo de nuevo en Valladolid del 21 al 28 de septiembre. Se pidió al señor Arzobispo el permiso necesario para que pudiera con– fesar a la Comunidad ; pero, por no haber cumplido los cuarenta años de edad, no se le concedió. Por tanto, se. concretó a dirigirles una plá– tica espiritual, como había hecho las dos veces anteriores. Dos años largos hacía que el alma de la M. Angeles se movía agitada por los desencadenados vientos de la tribulación. La hora de la gracia se acercaba. Estaba a punto de confiarse al timonel que la llevaría a las tranquilas playas de la unión transformativa. El 14 y 15 de febrero de 19w expuso de nuevo al P. Mariano-a su paso por Valladolid-sus dudas y temores, que no pudo, a. pesar de su buena voluntád, hacer desaparecer, y el 15 de marzo éste le escribió una carta, cuyos ecos recogeremos más tarde en la correspondencia. Por fin, la Semana Santa de aquel año, y precisamente el 25 pe marzo, inundán– dol~ de júbilo inefable, un rayo de luz divina rasgó la nube que en– volvía su espíritu ; comprendió que por medio del primer confesor extraordinario que fuera a la Comunidad recpbraría la tan suspirada paz del alma. ¿ Quién sería? El Señor no se lo manifestó con clari– .dad. Supo, sí, que sería un Padre Capuchino; pero sin .entender que éste fuera el P. Mariano. Aún más, todo parecía indicar que él no iba a ser el primer confesor extraordinario de la Comunidad. En ).fec– to, durante la primera quincena de junio predicaba en Valladolid la

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