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148 SERAFÍN DE AUSEJO Todo cuanto aquí se ordena reviste carácter de humildad y de· negación de sí mismo. En el modo de predicar, el fraile menor debe renunciar a cuanto sea meramente retórico. Sus palabras deben ser «examinadas», es decir, ponderadas, mesuradas, y «castas», o sea, que no nazcan del espíritu de la carne, del espíritu del propio « yo », sino del espíritu de Dios, que debe ser el único posesor del corazón del predicador evangélico. Con sencillez en la manera de hablar y con vida interior intensa, el fraile menor conseguirá mayor libertad interna para dar testimonio de Cristo y anunciar sin dificultad alguna la divina palabraª 1 • El verdadero modelo de esta manera de predicar con perfectísima sencillez, humildad y renuncia de sí mismo, pero lleno totalmente del espíritu de Dios, es Cristo. Y en este contexto de humildad imitadora de Cristo es donde Fran– cisco introduce en su Regla II la cita de san Pablo: Verbum abbre– viatum f ecit Dominus super terram. Más que alusión a la encarna– ción - como entendían esa frase las corrientes teológico-espirituales de su tiempo - el Seráfico Padre alude con esas palabras a la manera de predicar, la cual debe ser en todo conforme con la manera de predicar que siguió Cristo Jesús en la tierra. Las normas para tal manera de predicación estaban ya sustan– cialmente dadas en la Regla I, cap. 17. Pero faltaba en ellas la expresa alusión a la manera de predicar de Jesús. Fray Cesáreo de Spira no había añadido, a este respecto, ningún texto bíblico en la Regla I ni tampoco lo había indicado el propio Francisco. En los dos años que transcurrieron entre la redacción de ambas Reglas (la Regla I es del año 1221; la Regla II, de 1223), Francisco leería en la epístola a los Romanos la consabida frase de san Pablo, y en seguida vio que en ella estaba configurada la norma que debía regir la predi– cación de los frailes menores. Tomó la frase literalmente, material– mente, como suena en la Vulgata; y la aplicó, no tanto a la brevedad o a la corta duración de un sermón, cuanto a la manera misma de predicar, sin reparar en el sentido que a esa frase daban los especia– listas de su tiempo. Francisco quería que, siguiendo el ejemplo de Cristo, sus hijos fueran predicadores, pregoneros sencillos del men– saje de Cristo; pero no grandes oradores. Celano 32 atestigua expresamente que Francisco nunca preten– dió parecerse a aquellos que son oradores, más que predicadores; que más procuran pronunciar bellas palabras que vivirlas interior– mente en su corazón. El que se abre a la palabra de Dios y por ella al Señor mismo y a su amor, anuncia este amor a los hombres 31 K. EszER, O.F.M., en Werkbuch zur Regel des heiligen Franziskus, herausgegeben von den deutschen Franziskanern, Werl/Westf. 1955, 356. "" Vida II, núm. 164.

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