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146 SERAFÍN DE AUSEJO cacional - ese famoso texto de Rom. 9, 28 que cita en su Regla II y utilizarlo para recomendar a sus frailes la brevedad en la predi– cac1on; y en consecuencia, dar a la frase de san Pablo el sentido que aquellos autores contemporáneos le atribuían. Pero ¿es todo esto verdad? Quiero decir: ¿Limitóse san Fran– cisco a citar en su Regla II ese texto de san Pablo porque casual– mente lo oyera en algún sermón o lo leyera en alguna obra de sus contemporáneos? Porque, si así sucedió, es natural que Francisco interpretara la frase del Apóstol en idéntico sentido que aquellos autores. Pero ¿la interpreta como ellos? 2. Son varios los indicios que me hacen sospechar que ello no sucedió así, o sea, que también en este punto muéstrase Francisco autodidacta y sigue sus propias sendas. Ya hemos visto antes el conocimiento que Francisco muestra tener de la Biblia, por lectura directa de los textos sagrados. Ya esto nos llevaría a pensar que fue de esa lectura directa de donde tomó el texto de Rom. 9, 28 que en su Regla II cita, acomodándolo perso– nalmente al modo en que los frailes menores debían predicar. No dependería, pues, de esas obras escritas de su tiempo, cuyo sentir no refleja. Seguramente, ni las conoció, bien por no haber frecuenta– do las aulas universitarias, bien porque no se entretuvo en leerlas particularmente. Tales lecturas no encuentran eco en sus escritos. Por otra parte - y no es de este lugar demostrarlo - sabemos perfectamente cuán devotísimo fue el Seráfico Padre del misterio de la encarnación, como también de la doctrina evangélica. Francisco sabía que toda la verdad. revelada estaba compendiada en el Evange– lio, mejor dicho, en la persona de Cristo. Era cristocéntrico por antonomasia. Y siendo esto así, como lo es, resulta no poco raro que, al citar la palabras Verbum abbreviatum..., no insinúe siquiera una vez que con ellas se refiere al divino Infante de Belén, ni a su Madre dilectísima, en cuyo seno se había operado esa abreviación del Verbo, ni al Evangelio como resumen de toda la revelación divina. Si tal omisión la hubiera hecho Francisco conscientemente, habria omitido lo más esencial de la interpretación dada a la frase de Pablo por los escritores medievales del tiempo de Francisco; y habría, además, dejado a un lado una idea que era tan entrañablemente querida a su corazón: Cristo como compendio de toda revelación divina y de toda actuación sobrenatural y amorosa de Dios sobre la tierra. No me parece, pues, concluyente que, en el citar las pala– bras de Pablo, Francisco dependiera de los escritores espiritualistas de su tiempo. A lo más podría decirse que las oyó tal vez de labios de algún docto; pero que luego, al incluirlas en su Regla II, les dio un sentido personal, no del todo ajeno, pero sí bastante distinto del

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