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142 SERAFÍN DE AUSEJO ventura, que no se refieren solamente a la lectura de los Evangelios 16 ,. sino a toda la Sagrada Escritura en general. Escribe Tomás de Celano: « Aunque el sencillo hombre Francisco no había estudiado las cien-· cias, con todo, aprendiendo la sabiduría que viene de Dios e ilustrado con las luces de la claridad eterna, entendía no poco la Sagrada Escri-· tura. Comprendía, pues, en el genuino sentido las interioridades de los misterios, y donde no penetraba la ciencia del maestro llegaba el afecto del amante. De vez en cuando leía en los libros sagrados, y lo que penetraba una vez en su espíritu quedaba indefectiblemente impreso en su corazón. Servíale de libro la memoria, porque no oía inútilmente una lectura, pues la rumiaba con devoción continua. Afirmaba ser éste el mejor modo de leer y aprender con mayor pro– vecho, que no devorar millares de tratados » 17 • - « En una ocasión que el Santo se hallaba enfermo y abrumado de sufrimientos, le dijo su compañero: 'Padre, siempre que te refugiaste en los libros santos siempre sirvieron de remedio a tus males. Ruego te hagas leer algún pasaje de los profetas; acaso tu espíritu se ale– grará en el Señor'. A lo que repuso: 'Buena cosa es leer los testimonios de la Sagrada Escritura; mas yo he aprendido tanto de los mismos que tengo más que suficiente para meditar y discurrir » 18 • Y san Buenaventura: « Leía de vez en cuando en las Sagradas Escrituras, y todo lo que una sola vez repasaba con la mente le quedaba tenazmente impreso en la memoria; porque no en vano rumiaba con el afecto de una continua devoción aquello que percibía con la atención de la mente » 19 • Se dirá, y con razón, que ambos biógrafos franciscanos atestiguan que Francisco leía la Biblia sólo « de vez en cuando ». Naturalmente que no sería una lectura tan continuada y habitual que pueda llamarse 1G Sobre la lectura de los Evangelios y la veneración que les tenía, cf. CELANO, Vida 1, núm. 22; ibid., núm. 32 (referente a la Regla primera o Protorregla, hoy perdida); ibid., núm. 110; Vida 11, núm. 217. Cf. también Vrrns A BussuM, loco cit., 164-168. - Cuando san Francisco escribió la hoy llamada Regla I ( que viene a ser la segunda de las tres que escribió para sus frailes), una vez terminada su redacción, la entregó a fray Cesáreo de Spira, docto en Sagradas Letras, para que añadiese en ella algunos textos evangélicos. Así lo atestigua JORDANUS DE GIANO, Chronica, núm. 15 (apud w. LAMPEN, loco cit., 444). El padre Lampen cree advertir la mano de fray Cesáreo en algunos pasajes que suponen cierta erudición y práctica exegéticas, como la aplicación que se hace (Regla I, cap. 22) de la parábola de la semilla, la cual « non sapit simplicitatem Francisci, sed scite composita est ex evangeliis synopticis » (p.444). Y juzga que Jo mismo debe decirse del extenso texto·• evangélico citado en el mismo lugar, refundido de Mt. 15, 19-20, de Me. 7, 21-23 y de Jo. 17, 6-26. Sin embargo, la mayoría de los otros textos evangélicos aducidos en la Regla 1 son sustanciales a su redacción; y por consiguiente, su inclusión en ella es obra directa del Seráfico Padre. - No obstante todo esto, cuando Francisco trata de los predicadores en su– Regla I, cap. 17, no cita el texto de Rom. 9, 28 que aquí venimos comentando, incluídQ.é· luego en su Regla II, cap. 9. 1 7 CELANO, Vida 11, núm. 102. Cf. también ibid., núm. 104. 1s Ibid., núm. 105. "' SAN BUENAVENTURA, Leyenda, cap. 11, núm. l.

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