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probábamos cosa caliente! Y aunque no salió bien he– cho, pero ¡cuán sabroso lo hallamos todos! Con la ración que les preparé esta noche y otra que les hice al día siguiente por la mañana, sexto de nues- · tra caída, se nos acabó la libra de chocolate. El día séptimo estábamos sin comida y sin agua, mas quiso la fortuna que, saliendo a buscar pomarosas, en– contrara un morrocoy acurrucado debajo de un árbol caído en espera de la lluvia. Tend1:ía un tamaño poco mayor que la palma de mi mano. Es un galápago de color oscuro con cuadros amarillos en la parte superior del caparazón. Fui gozoso con mi hallazgo al campa– mento. Trituré la concha inferior a fuerza de martilla– zos -¡cuánto debió sufrir el pobre animal!'--, descuar– •ticé sus miembros y sin lavarlos, con toda la tierra y su– ciedad que tenían acumulada, los eché en la parte cón– cava, prendiendo fuego debajo. Impaciente miraba Jas horas que t~idó . 'en asarse. Al fin, chasqueando sin tar- danza la lengua. y con aire de fiesta invité a todos di– ciendo: ~¡A comer, señora y señores! ¡La mesa está. servida! Fue un éxito culinario. Sin aliños; pero, detrás ¡nos chupábamos los dedos! .265
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