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Füé' una ola monstruosa que arremetió contra la casca– rilla de mi espíritu en .pleno Mediterráneo. ¿Iria a arro– j3:rme sobre las costas de Cádiz? De' pronto surgió en mi recuerdo,' a la manera de gi– gantesca ·muralla, la promesa dél gran Padre de ·Fami– lias: "Todo el que dejare casa, padres, hermanos... por mi nombre, recibirá el cien doblado y alcanzará la vida eterna". La ola de pavor se estrelló contra ese rompien– te, y µna _tranquilidad animosa llenó de esperanzas _la cascarÚlá é:Ie miespiritu. "¡'El cien doblado!" ¿Cuál iba a ser ese cien dobla– d.o? Los hijos de la selva, los desconocidos · de _ la civili– zación, los aherrojados en la cárcel de la ignorancia, los oprimidos por la incultura y azotados por la caréstia... Esos iban a ser mis nuevos padres y hermanos muy que– ridos: ··Erttre ellos iba a distribuir con amor el pan de la igfacia y del bien que ardientemente deseaban -et nón erat :qui frangeret eiS---'. Es una satisfacción muy ín– tima .e inefable prodigar las ternuras de la gracia y del bien a los pobres espíritus hambrientos que carecen de este pan. Engolfado en tales pensamientos me eché a caminar por los pasillos del barco. Caras tristes y taciturnas en– contré en la primera vuelta; luego, fue asomando ya al– guna sonrisa ; más tarde, saludos corteses, detenidas con– versaciones y, finalmente , llegó el momento del trato fa– miliar con todos, como si todos los tripulantes fuéramos una sola familia. Esto y la bonanza. del mar, y el consuelo que me die– ron de poder celebrar todos los días el santo sacrificio de la Misa, dio por ·resultado una travesía tan feliz co– mo no la imaginaba. 17

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