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necesidad de errar por la selva a caza de bichos; ahora pueden cazar en su propio corral. La obra misional, alentada por el auxilio divino, va progresando y el número de indiecitos en el colegio va creciendo. Algunos de éstos llegan a la edad de orientar su vida por nuevos derroteros, y en eligiendo que han elegido la compañera de sus destinos, preséntanse al pa– dre misionero para que apruebe su determinación. -¡Amén! Los anhelos y emociones que •experimentan los padres de familia los días que preceden al matrimonio de sus hi,ios, esos mismos, creo yo, pasan por nosotros que con– sideramos a aquellos indiecitos como hijos espirituales y también temporales de adopción. Les fabricamos anti– cipadamente la casa, la dotamos del menaje necesario, les encargamos afuera los vestidos de boda, les hacemos practicar unos días de retiro espiritual, en los que les exponemos sus derechos y obligaciones en el nuevo esta– do exhortándolos al cumplimiento fiel de ellos... Listo ·todo, sale el cortejo nupcial para la iglesia: Los compañeros respectivos de colegió, alegres y con la .mi– rada puesta en ,. su futuro, precédenles • uniformados. De las rancherías limítrofes acuden caravanas de indios a presenciar el acto, llamativo por todos los .conceptos. El misionero, revestido de ornamentos sagrados, espera a los novios en el atrio cie(templo y, juradas las pro~esas de amo'r y fidelidad, los bendice, uniéndoles indisoluble'-' mente en el Sefiot. Los recién casados se dirigen después a su nuevo ho– gar, y los misioneros nos quedamos con el inefable con– suelo de haber presentado a Dios y a la Patria una nue– va familia indígena, cristiana y educada. 159

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