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OCTAVA ESTACION: Jesús consuela a las mujeres de Jerusalén « Le seguía una gran muchedumbre del pue– blo y de mujeres, que se herían y lamentaban por EL» (Le. 23,37). Os adoramos, Cristo, y os bendecimos. Porque por vuestra Cruz redimiste al mundo. « No lloréis por MI. Llorad por vosotras y por vuestros hijos». Son tus palabras, Jesús. Hay en ellas un matiz innegable de tierna repro– bación. Condenas de este modo el sentimen– talismo, y los llantos inútiles, las penas bal– días, cualquier triste desviada de su único ob– jetivo santo. Pienso, Jesús, en lo mucho que hay de ganga sentimental en mis relaciones contigo. No he aprendido a bastarme con el alimento sólido de una fe robusta, sobria, respaldada por un estudio humilde y tenaz. Con frecuencia mi vida interior fluctúa a merced de unos estados de ánimo condicionados por unas circunstan-

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