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ción, abadesa, la madre Mariana de los Ángeles, vicaria, y hermana de la anterior, y la madre Mariana de San Jerónimo, portera. El miércoles siguiente, 26 de abril, en medio de una solemnísima procesión, dejaba el convento de la Concepción doña María de Toledo y Mendoza, para ingresar en el de La Anunciada y tomar en una brillante ceremonia, con asistencia de las autoridades y persona– lidades eclesiásticas y civiles de la villa, el sayal franciscano, cam– biando el nombre por el de Sor María de la Trinidad. Con ella toma– ron el hábito clariano cuatro compañeras de la nobleza. Dos días más tarde ingresaba otra novicia, y tan sólo en siete años eran 27 las mon– jas que componían la comunidad. Sobre las virtudes y fama de santidad de sor María de la Trinidad mucho podía decirse, pero basta aquí señalar que en el año 1614 don Pedro de Toledo es nombrado gobernador de Milán. Para evitar que el gobierno de sus estados de Villafranca pase a manos ajenas, nom– bra gobernadora única de ellos a su hija, lo que constituye, según ha señalado sor María del Carmen Arias, un hecho excepcional, acaso único en la historia del monacato femenino. De manera, pues, que no es de extrañar que, conociendo las dotes de su hija, pensara el mar– qués de Villafranca que donde mejor podían estar los restos de San Lorenzo fuera bajo su custodia. Cuando el cuerpo de San Lorenzo llega a Villafranca no era abadesa Sor María de la Trinidad, como se ha pensado, pero lo sería en 1626 por renuncia de la primera abadesa. Al poco tiempo de la muerte de San Lorenzo, don Pedro de Toledo se retira de la política y se asienta en Villafranca, donde se dedica a completar la obra fundacional. El 24 de septiembre de 1620 otorga una escritura de donación en favor del monasterio, enrique– ciéndolo con valiosísimos objetos de plata y reliquiarios con restos de santos traídos de Peñalva, de San Pedro de Montes y otros lugares; y con la preciosa colección de cuadros de Giuseppe Serena, de la escuela de Rafael, hoy distribuidos entre la iglesia, el coro y demás dependencias. Trajo también de Italia el bellísimo templete, que hoy puede admirarse, réplica del de la basílica de San Juan de Letrán en Roma, y la famosa custodia de bronce sobredorado, de casi tres metros, elaborada con casi toda clase de piedras preciosas, con cuatro figuras de bronce policromado que representan a los grandes liturgos 65

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