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paso y llegaron ellas solas al convento sin que nadie las guiara. Las monjas con cirios y en procesión recibieron el cuerpo cantando el Te Deum laudamus, mientras el repique de campanas congregó a la población que corrió a demandar reliquias. Consta en los procesos de beatificación que aquella noche la campana de la colegiata tocó a mai– tines ella sola. Y como si quisiera pagar la hospitalidad que recibían sus restos, el recién llegado obró un milagro en la persona de la aba– desa, sor María de la Concepción, curándola de una enfermedad que arrastraba hacía tiempo. Al día siguiente a su llegada se hizo venir un operario para abrir la caja y reconocer el cadáver. El difunto pareció intacto, como si aca– bara de expirar. Sus pies mostraban las señales de la gota. La sereni– dad del rostro y la barba blanca y abundante, hasta tocar el cordón, conferían a su aspecto una majestad singular. Fue necesario mudarlo de caja, porque la que traía era pequeña, y también de hábito que le estaba corto, que hasta este último viaje habría de hacerlo con estre– chez. Y así con nuevo hábito en una caja mejor adecentada, después de haber estado expuesto en el claustro bajo a la veneración de los fie– les, fue enterrado el 15 de agosto, fiesta de la Asunción, llevándole en procesión las monjas con muchas flores y entonando el salmo Lau– date Dominum de cae/is, con repique de campana. En el mismo panteón donde se colocó el cuerpo del santo sería enterrado más tarde su amigo don Pedro de Toledo y Osario, quinto marqués de Villafranca, primer duque de Fernandina, príncipe de Montalbán y conde de Peña Ramiro, señor de Cabrera, Ribera y Mati– lla de Arzón, grande de España y virrey de Nápoles por nombra– miento de Felipe II, quien por en.cima de todos los títulos y empleos estimaba en más la amistad y compañía de un humildísimo fraile. 55

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