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En los archivos de la provincia de Lisboa se reseña: «Los prodigios que experimentaron en el viaje el literero y criados que acompañaron el cuerpo fueron muchos». El padre Ajofrín resalta, por ejemplo, que nunca se les hizo de noche. La víspera de la llegada del cuerpo a Villa– franca una monja de La Anunciada, sor Isabel de San Juan, fue la pri– mera en observar un fenómeno estraordinario a una hora que era «más noche que dia». Su testimonio se recoge así en los procesos: «Estando el cielo nublado, por cuya razón no se podlan ver estrellas, vio por grande espacio de tiempo en el cielo una luz grande, extraordinaria y muy diferente de la luz que vemos en Luna y estrellas, porque en cuanto a lo que pudo juzgar, le pareció era el modo de una granada grande, que cuando se abría, que era muy a menudo, despidia de sf muchos rayos de luz que parescian encerraban en siy mostrava mucha gallardla de clari– dad y resplandor, estando siempre fija en una parte y enfrente y derecho de adonde después se puso el cuerpo sancto del dicho venerable padre. Y la que declara era tanto el consuelo y alegria que tenia en ver dicha luz y claridad de la dicha señal, por la mucha que ella en si mostraba, que estuvo por espacio de tiempo sin hablar, y volver la cabeza le privaba del gozo y alegrfa que tenla en ver dicha señal». En Brindis también se vieron prodigios. Los nueve días anteriores a la muerte de San Lorenzo, la lámpara del Santísimo del convento de las capuchinas brilló con más vigor e incluso no hizo falta echarla aceite; y el día y hora que murió el santo se apagó. El día que salía el cuerpo de San Lorenzo de Lisboa muchos vecinos vieron sobre el convento de las capuchinas un hacha de fuego que despedía una luz hermosa y rara que iluminó todo el convento y en la puerta de la igle– sia, que había sido solar del santo, dos antorchas que brillaban como estrellas. Y de las ventanas de la iglesia unos rayos como de luciente sol. Muchas veces San Lorenzo se había servido del cielo y de las estre– llas, de la Luna y del Sol, de todos los elementos del firmamento para proclamar la grandeza de Dios y de María. Ahora Dios se servía del cielo para proclamar la grandeza de su siervo Lorenzo. Eran entre las siete y las ocho de la tarde del día 10 de agosto, festi– vidad de San Lorenzo mártir, cuando entraba el padre Brindis en Villafranca. Las mulas que traían la litera del santo, apresuraron el 54
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