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bido la Extremaunción, pidió perdón al superior de su Orden por el mal ejemplo de su vida, y, obediente a los ruegos de los religiosos que le asistían, bendijo a los presentes. Murió a las once de la noche, hora italiana, del día 22 de julio de 1619, el mismo día que cumplía60 años, fiesta de María Magdalena, después de haber recibido, conforme a su deseo, el Viático. Carmignano, tras un concienzudo examen de los documentos y declaraciones de los procesos, ha demostrado que San Lorenzo de Brindis murió por envenenamiento continuado. Apoya esta tesis el testimonio de fray Juan María de Monforte, uno de los capuchinos que acompañaron al santo en su última embajada, cuando afirma que comiendo mermelada junto al santo, éste le ofreció en la punta del cuchillo una porción diciendo: «Ésta será vuestra parte», y mientras aquél extendía la mano para tomarla, le dijo: «Basta con que muera yo solo», y añadió : «Soy muerto, soy muerto» (11). También se deduce del testimonio de don Juan Ortiz de Salazar, encargado de conducir el cuerpo del santo a su lugar de enterramiento, quien afirma que don Pedro de Toledo mandó reconocer el interior del cuerpo del santo antes de embalsamarlo «por si acaso hubiese alguna lesión». Lo que sí es lógico es que la circunstancia de un posible envenenamiento no se divulgase por estar comprometido el honor y la fama del propio mar– qués, dueño de la casa donde murió, y del propio rey, cuyos médicos le atendieron. San Lorenzo conocía las circunstancias de su muerte, pues tiempo atrás había asegurado que moriría en la ciudad de San Antonio. Quie– nes le oyeron pensaron que moriría en Padua, sin embargo, no se equivocó, pues al morir recordaron todos que Lisboa había sido la ciudad que había visto nacer a San Antonio. Para examinar y embalsamar el cuerpo del santo no se encontraba cirujano que estuviera dispuesto a hacerlo, dado que habían transcu– rrido trece o catorce horas del fallecimiento y se temía que el cuerpo, dado el calor del verano, estuviera en avanzado estado de descompo– sición. No digamos nada si además existía sospecha de envenena- (11) El testimonio nos ha llegado indirectamente por medio de otro religioso a quien fray Juan María de Monforte se lo había declarado confidencialmente. 52

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