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alojamiento a los soldados. Además menospreciaba los derechos políticos de los napolitanos, entre los que se encontraba el nombra– miento de representante o embajador directo ante la corte. Por otra parte, controlaba a los nobles mediante regalos y prebendas, haciendo inútiles las quejas del pueblo. Los desmanes de los soldados llegaron a tal punto que los diputa– dos se reunieron el 30 de septiembre de 1618 para mandar un embaja– dor a su majestad Felipe III. El duque de Osuna, por cubrir la aparien– cia, permitió la reunión para la elección, pero cuando supo que ésta había recaído en fray Lorenzo de Brindis, montó en cólera y trató de anular el acuerdo argumentando que era amigo de los venecianos, que era español, que no era noble, etc. La vérdadera razón estaba en el conocimiento que el duque tenía de la índole devota de su rey y del tremendo prestigio e incluso familiaridad que, como hemos visto, gozaba el santo en la corte. Hay que decir que San Lorenzo se resistió a los ruegos antes de aceptar la embajada, hasta que se vio en la necesidad de hacerlo en virtud de obediencia a su superior. Antes de partir sabe que es su último viaje. Así se lo manifiesta por carta a su amigo el duque de Baviera: «Parto animado por una viva confianza en la misericordia del Señor en que este viaje sea para darfin a la calamidad del reino de Nápo– les y también a las miserias de mi vida». El camino estuvo lleno de peli– gros para no caer en manos de los esbirros del duque que intentaban por todos los medios impedir la embajada. Llegó incluso a lograr que el general de los capuchinos revocara la autorización concedida al santo. Pero éste había salido en secreto de Roma y la contraorden le llegó en Génova. Sin embargo, los amigos del santo lograron hacer llegar al rey la noticia de la persecución a que era sometido fray Lorenzo. Felipe III escribe a la Santa Sede para que de nuevo le dejen llegar a España. Resulta admirable ver movilizadas a las altas dignida– des y funcionarios de la diplomacia europea, unos a favor y otros en contra, por la persona de un humilde fraile que sólo sabía moverse por obediencia. De esta manera reanuda su viaje San Lorenzo, mien– tras el Duque recibe esta orden de su rey: «Al Duque de Osuna. He entendido que el padre Brindis se ha detenido en Génova viniendo a España y que su detención ha sido por orden vuestra. Y porque conviene 48

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