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bendición que daba siempre a sus religiosos era: «Nos cum prole pi(l. bendicat Virgo Maria». Y con estas mismas palabras concluía sus car– tas a cardenales, prelados, príncipes y nobles. Compuso la siguiente bendición para los enfermos: Por la señal y virtud de la Santa Cruz, y por intercesión de la bienaventurada Virgen Maria, el Señor te bendiga y guarde, te muestre su faz y tenga piedad de ti, vuelva a ti su rostro y te dé la paz y la deseada salud, por Jesucristo Nuestro Señor. Por la señal de la Santa Cruz, Jesucristo te cure. Él, que cura todas las flaquezas y enfer– medades y libra a todos los oprimidos del diablo. Por la señal de la Santa Cruz, Jesucristo y la bienaventurada Virgen Maria te bendigan. Amén. Consta que en España visitó el santuario de Nuestra Señora de Montserrat y del Pilar de Zaragoza. Cuando terminó su mandato de general de la Orden, se retiró al monasterio de Loreto. En Vicenza curó a una niña en nombre de María Santísima, luego que le prometió que sería muy devota de la Virgen. Nos ha dejado una obra maravillosa sobre Nuestra Señora, su famoso Maria/e. Es un tratado de mariología comparable a las obras de un San Bernardo, San lldefonso, San Anselmo y demás grandes doctores marianos. La diferencia con ellos radica en que no es un tra– tado dogmático, sino un conjunto de ochenta y cuatro sermones en los que, de una manera elegantísima y sirviéndose de ideas e imáge– nes sencillas, se contienen verdades de la más profunda teología mariana. Pero si esto era respecto de la Virgen, respecto de Cristo hay que decir que lo más característico de la espiritualidad de San Lorenzo fue su devoción a la misa y en ella al misterio de la Eucaristía. Hacia 1606, venido de Praga, comenzó a notarse un progresivo y sensible cambio en la duración de sus misas. La media hora de antes se había conver– tido en una, dos, tres y hasta cuatro horas. Si el nuncio, los embajado– res, los ministros imperiales no venían a estorbarlas, las misas del padre Brindis podían durar más. Para disfrutar de este tiempo de absorta contemplación, obtuvo del Papa Paulo V en 1610 el privilegio de comenzar la celebración de la misa a cualquier hora y prolongarla cuanto gustase. De esta manera, vencidas las leyes litúrgicas, pudo decir misa por la noche. Además también tenía autorización para 43

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