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lamento, salían de su boca estas palabras: iJesús, María!, y también iAlabado sea el Señor! Decía el santo que el dolor puesto en una balanza es la medida del amor. Por esto, a pesar del sufrimiento, gozaba de alegría de espíritu. Su conversación estaba llena de cándido humorismo y de agradables donaires, como de hombre no sólo bueno, sino también sabio. «Enamorado de la pobreza seráfica y del sacrificio -dice Carmi– gnano- no podía ser menos enamorado de la humildad». Se entregó tanto a esta virtud que cuando se juntaban numerosísimas personas para recibir a su paso su bendición, lo que ocurría con frecuencia, bus– caba el medio de evitarlas. En una ocasión, por ejemplo, se echó al hombro un saco de pan lleno de sémola con el que disimuló su figura y pudo entrar a entrevistarse con el cardenal que le aguardaba. Otras veces que era objeto de aclamación por la muchedumbre sentía tanto afán que lloraba amargamente. Hablando de la humildad de María en su famoso Maria/e dice : Humilitas vas est gratiae Dei (la humildad es el vaso de la gracia de Dios), y explica por esto que la Virgen sea llena de gracia, porque antes fue la esclava del Señor. Puede afirmarse que la humildad del siervo de Dios era el resul– tado de su vivísima devoción a la Reina del cielo. Esta devoción le convierte en uno de los más destacados santos marianos. Siempre lle– vaba consigo un cuadro de la Virgen ante el que solía rezar. Siempre que celebraba misa colocaba en el altar la imagen de María. Era muy frecuente en él derramar lágrimas de alegría cuando veía una imagen de la Virgen y solía exclamar: «iAh, Madre mía! iDichoso quien te ama! iFeliz quien te lleva en su corazón!» Ayunaba los sábados además del viernes que era el día en que lo hacía la orden. En una ocasión quiso el padre guardián del convento privarle de este sacrificio en honor de la Virgen compadecido de su juventud, y entonces el santo comenzó a demacrarse, de manera que hubo de permitírsele que volviera a sus ayunos, comenzando entonces a engordar y mejorar su aspecto. Hablando de María, nos dice el padre Ajofrín que «salía fuera de sí y quedaba estático y absorto sin poder hablar». Entonces quienes le conocían solían decir: «iAdiós!, ya hemos perdido la conversación;ya el padre se ha ido a hablar con la Virgen». Al comenzar sus sermones decía: «Alabado sea siempre Jesucristo y su purlsima madre María». La 42

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