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dolor que no se puede expresar». Y más extensamente añade: «Sentí dentro de mí la pena que según los Hechos de los Apóstoles experimen– taba San Pablo en Atenas, cuando se angustiaba.. ., viendo la ciudad toda dada a la idolatría. Y probé además la amarga angustia del profeta Jeremías, a quien agitó como fuego en el corazón la Palabra de Dios, y como llama ardiente le hervía en los huesos, tanto que no venía a menos ni podía contenerme». Anunció para el día siguiente, jueves 12 de julio, su predicación. Esta vez el nuncio le dio su autorización. Invitó a los embajadores de los príncipes católicos y otros ministros y personali– dades. Y confió el éxito de su disputa a la protección de María. Llegó la hora señalada. La expectación y atención eran grandes. Comenzó su sermón con un ex abrupto contra Laisero, aquel de San Pablo contra Elima, el mago al servicio del procónsul Sergio Paulo (8): «iO plene omni dolo et omnifallacia...! (iOh, lleno de todo engaño y de toda maldad, hijo del diablo, enemigo de toda justicia!... ¿No cesarás de torcer los rectos caminos del Señor?). Le hizo aparecer como un falso profeta movido más por el favor del príncipe que por la fe. Expuso admirablemente la doctrina católica y terminó con un gesto digno de ser recordado. Como Lutero y como todos los protes– tantes, Laisero criticaba el texto de la Vulgata lleno según él de erro– res, y apelaba a los textos originales. Lorenzo lo sabía. Por eso llevó al púlpito la Biblia en las tres lenguas originales (9). Llegando al final de su discurso dijo: «Quiero que conozcáis qué gran hombre ei este predi– cador que ha tenido el ardor de predicar contra nuestra religión católica enfrente, es decir, en casa de su Majestad Cesárea..., y de todQ, su corte... Tomad estos libros que son la Biblia en hebreo, caldeo y griego, a los cuales es necesario estar según su doctrina..., veréis que no los sabrá leer». Y arrojó los tres libros desde el púlpito en medio de le- iglesia. La impresión fue profundísima, y después de un momento de incerti– dumbre y estupor se levantó el secretario imperial y recogió los volú– menes con intención de llevárselos a Laisero. La respuesta de éste no se hizo esperar: al día siguiente Cristiano II abandonaba Praga, con él iba el atrevido predicador. (8) Hechos 13, 10. (9) Probablemente la edición de Arias Montano (Cf. nota 2). 33

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