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para atacar. Un soldado enemigo, por tres veces, intentó con su cimi– tarra decapitar al santo que iba al frente del ejército; por tres veces, el caballo esquivó el peligro, hasta que el coronel Althan abatió al turco. Se lamentaría luego el santo diciendo : «iNo he sido digno del marti– rio!» Reforzado el ejército cristiano, el maestre de campo, Rosburg, y los oficiales aconsejaron prudentemente al capuchino que se retirara, que aquél no era su puesto, a lo que respondió el santo: (<ÍS1: señores, éste, éste es mi puesto!» Y vuelto a la tropa gritó : «iAdelante, adelante, victoria, victoria!» Los turcos huyeron de la colina. Luego en el llano intentaron resistir de nuevo, pero entonces fueron atacados por los imperiales con los cuatrocientos cañones que habían abandonado. Al final de la jornada, los soldados vitoreaban a San Lorenzo como a general victorioso, pues le reconocían como artífice de la victoria; todos gritaban: «iViva el padre Brindis!» Y éste lo resumirá todo diciendo: «En verdadpodfa decirse que Dios habla combatido con noso– tros». El archiduque, para evitar un nuevo ataque, quiso abandonar Alba Real y retirarse a Várpalota. Se formó entre los oficiales un consejo en el que la discusión de lo que se debía hacer fue muy acalorada. San Lorenzo aconsejó resistir desde aquella famosa colina. Por fin, un ofi– cial, Sigfrido Cristóforo Breuner, se ofreció a ello y el santo abrazán– dole le prometió el más completo éxito. De esta manera tuvo lugar un nuevo ataque. Otra vez San Lorenzo apareció en medio del ejército haciendo el signo de la cruz y arengando a la tropa al nombre de Jesús y de María. Fue aquí cuando se le vio, en medio de la pelea, llevarse la mano a la cabeza, sacar de entre los cabellos una bala de mosquetón y cogiéndola sonreír, mientras que con la otra mano hacía un gesto de amenaza diciendo: «iSimplecita, simplecita, tú me querías hacer daño!» Luego que la tiró al suelo la recogió un fraile compañero del santo y la guardó como reliquia mostrándola a cuantos querían verla. Conti– nuaron los combates y cuantas veces se enfrentaron salieron los tur– cos mal parados, hasta que el 25 de octubre se retiraron. Y San Lorenzo mereció el título de Defensor de Hungría . Pero no fue ésta la única ocasión en que se pensó en el padre Brin– dis para capellán de soldados. Años más tarde, Maximiliano de 27

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