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A principios de septiembre de 1601, el ejército llega a Alba Real (Stuhiwessnburg), situada en las últimas pendientes de los montes centrales de Hungría. La ciudad fue conquistada por el ejército impe– rial, quedando para defensa 4.500 soldados. El resto del ejército acampa hacia el Mor, cerca de un promontorio elevado. El 9 de octu– bre se divisa el ejército turco al mando de Mohamed III. La diferencia numérica era grande: unos 80.000 turcos contra 17.000 cristianos. Ese mismo día llegan desde Alba Real al campamento el archiduque Matías y con él nuestro santo. El 11 de septiembre fray Lorenzo se dirige al ejército. El tema de su discurso, como siempre, es un pasaje de la Biblia. Narra el capítulo 20 del libro 2 de las Crónicas: «luda et lerusalem, nolite timere: eras egre– diemini et Dominus erit vobiscum» (7). Aquel día no atacaron, pero al siguiente una fina niebla ofrece a los turcos la ocasión para un ataque por sorpresa. Gracias a unos renegados franceses consiguen apode– rarse de la colina cercana al campamento. Allí asientan 400 piezas de artillería. El ejército imperial está rodeado y comienza el ataque por sorpresa. De lo que sucedió entonces tenemos el testimonio de testigos pre– senciales y del propio santo que nos lo ha contado con su modestia habitual. San Lorenzo monta a caballo y se pone al frente de la caba– llería en su mayor parte formada por italianos. Dirige a los soldados breves y fervientes palabras prometiéndoles la victoria sobre sus ene– migos. Sin más armas que la cruz, que alza en su mano, avanza al combate invocando el nombre de Jesús y de María. Y cada vez que el enemigo enciende la mecha de los cañones traza en el aire con la cruz el signo de la redención. Todos quedaban atónitos de ver que las balas caían a su alrededor sin fuerza. Los turcos creían estar en presencia de un nigromante o de un mago. Quienes estaban a su alrededor no podían estar más segu– ros. No faltó quien afirmase que las balas disparadas contra el ejército cristiano se volvían contra los turcos. El prodigio se sucedió por espa– cio de dos horas, hasta que la infantería tudesca se encontró en orden (7) Judá y Jerusalén, no temáis, mañana avanzaremos y el Señor estará con noso– tros. 26
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