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En cambio veamos lo que ocurrió a la inversa, cuando el convento era pobre y humilde de fábrica. El convento de Calatayud había sido construido en 1600, aprovechando las cuevas de una gran peña que dominaba la ciudad. Allí vivían los frailes como ermitaños, amenaza– dos de ruina. En varias ocasiones favoreció el santo a estos humildes frailes. La primera cuando regresaban al convento y se desgajó un gran peñasco, que debiendo caer sobre los religiosos, tomó un vuelo tan irregular que cayó, contra toda previsión natural, lejos de ellos. Otra cuando, dispensados por San Lorenzo de reunirse después de cenar en la cocina, según costumbre de la Orden, para preparar las legumbres y hortalizas que habían de comer al día siguiente, en el tiempo en que se supone que debían estar allí, se cayó toda la peña que debía de servir de techo a la cocina. Por último, estando enfermo el padre fray Pedro de Segura, le cayó encima una parte del techo sin herirle, y habiendo salido a duras penas de la celda, se derribó toda ella con admiración de todos. Ni que decir tiene que el convento ter– minó viniéndose abajo, pero sin dañar a ninguno de los frailes. Cuenta el padre Ajofrín que, visitando la provincia de Cataluña, se hospedó en casa de Juan Palá, parroquiano de Torruella, obispado de Solsona, y que habiéndose caído de una ventana muy alta su hijo de corta edad, no recibió daño alguno por intercesión del siervo de Dios. De su visita a Cataluña dejó en premio de su afecto una carta gene– ral de hermandad, firmada de su mano, y estando guardada con otras alhajas en un arca, se prendió fuego el arca, y habiéndose quemado cuanto había en ella, sólo quedó la carta de hermandad. 18
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