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Señala el padre Ajofrín que uno de los primeros cargos que ocupó, que fue el de guardián de Venecia, exigía la obligación de tratar con magistrados y señores de aquella insigne república, de quienes dependían las limosnas del convento . Aunque odiaba el santo tratar de dinero, debía en agradecimiento visitar y frecuentar el trato de la flor y nata de la aristocracia veneciana. De esta manera comenzó a dar las primeras pruebas de sus dones de diplomacia, cuando aún no tenía veintiocho años. Por lo que respecta a la relación con sus herma– nos de Orden, encargó a fray Miguel de Bolonia que le avisase y corri– giese en todo cuanto fallase . Nombrado visitador y comisario general en Praga con el objeto de fundar conventos, estando en la ciudad de Gratz encargó a un compa– ñero que el día anterior al Jueves Santo consagrase algunas formas para comulgar tan señalado día, en el que según el rito de la Iglesia no podía decirse misa privada. Se le olvidó al religioso hacerlo y entonces propuso el santo que se dispusiesen para la comunión espiritual. Cuenta la constante tradición de aquella provincia que se apareció entonces Cristo con un copón y dio de su mano a todos los presentes la comunión, y que al desaparecer esta visión quedó por mucho tiempo un olor suavísimo. Habiéndosele encomendado fundar igualmente conventos en Baviera, se hospedó en una casa donde había varios herejes, y uno de ellos comenzó a burlarse de él. No se inmutó el santo, pero cuando comenzó a blasfemar contra la Santa Cruz, no pudiendo resistirlo y tomando en la mano la cruz que llevaba consigo al cuello pronunció las palabras de San Pablo: Percutiet te Deus, paries dealbate (Castí– guete Dios, hombre malvado). Y al punto cayó muerto. Los herejes presentes abjuraron de sus errores y abrazaron la religión católica. Siendo General de los Capuchinos envió misioneros, pero no indiscriminadamente, sino a los más convenientes. Por eso habién– dole pedido San Serafín de Montegranario que lo enviase, le contestó que Dios le tenía destinado para otras cosas. El generalato exigía gran movilidad, por lo que el Papa había con– cedido, dada la extensión y propagación de los capuchinos, la facultad de hacer las visitas a caballo, e incluso regaló al efecto una mula de sus caballerizas. San Lorenzo no usó de este privilegio, sirviéndose de la 16

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