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padre en carta a su tío Pedro Rossi: «Hermano, pongo en tu conoci– miento cómo el Señor me ha dado un hijo, pero de unas cualidades tan extraordinarias y sobrenaturales, que, según lo que ha escrito Dios en su rostro, no me atrevo a decir si es criatura terrena o celestial. Ruega a Dios le llene de bendiciones y le haga todo suyo, pues te aseguro que en los pocos meses que tiene, da tales muestras de talento, virtud y santidad, que tiene admirados a todos, y no falta quien pregunta de este tierno infante lo que en otro tiempo preguntaban del gran Bautista:¿Quién os parece será este muchacho? Pero luego responden: este muchacho será grande delante de Dios, porque su mano está con él». A los seis o siete años quedó huérfano de padre, siendo confiada su educación a los religiosos conventuales de San Pablo de Brindis, como niño oblato. De esta manera vistió el hábito franciscano y gus– taba del honorífico título de fraile, haciéndose llamar fray Julio César. Oía con atención los sermones y los repetía de memoria. Comenzó luego a predicar a la comunidad, de manera que lo que empezó siendo un alegre pasatiempo, terminó siendo causa de gran admira– ción. En una de estas ocasiones en que fray Julio César predicaba a los frailes, le oyó el ilustrísimo señor don Francisco Alcander, arzobispo de Brindis, quedando tan asombrado que le dio licencia vivae vocis oraculo para predicar públicamente a pesar de su corta edad. De este modo, aquel niño era visto en determinados días predicar en la cate– dral a toque de campana, como si de función solemne se tratara, como si fuera imagen de Cristo en medio de los doctores. En 1574 abandona Brindis para pasar bajo la tutela de su tío Pedro Rossi, a la sazón rector del Seminario de San Marcos de Venecia, donde estudia Filosofía y Cánones. Allí frecuenta el trato de los capu– chinos aficionándose a su instituto. Entre el convento de estos frailes y el seminario había un gran trecho de mar. Un día que regresaba de visitar a los frailes en compañía de otros seminaristas se levantó un recio temporal, de modo que marineros y pasajeros temieron perecer. Entonces el joven Julio César sacó un agnusdei que traía al pecho e hizo con él una cruz en el agua, quedando el mar en calma, según consta en los procesos de su beatificación. Un año más tarde ingresó en el noviciado que los capuchinos tenían en Verona, vistiendo el sayal de penitente el 19 de febrero de 8
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