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70 Entre el río y la dehesa, junto a la acacia y la encina, cabe el pino y la colina, tu ermita, más que princesa sobre el palacio se empina. el mar, que, sin verse brilla; el sol, que eleva a Castilla; Madrid, con música de almas; todo es urna de tus calmas y es la paz de tu capilla. Envuelto está el Guadarrama en su velazqueño chal, y Madrid, paradoxal, a la meseta le llama con luces de saturnal. El aire puro, hialino, hace un alto en el camino entre la sierra y la urbe, y reza, cual peregrino sin que el viajar le perturbe. No así yo, Cristo endormido, que me siento ya rendido de empezar y no acabar, y llevo dentro escondido no sé si un gozo o pesar -¡es una casta alegría!- de saber que cada día hay más profunda verdad en la grave melodía que es nacer a eternidad.
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