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Antes de separarnos, lector amable, no se me oculta tu mal reprimido deseo de visitar el Real Alcázar de El Pardo. Me permito, pues invitarte a ver algunas de sus dependencias: Nos internarnos por su puerta principal, la del sur. Dos escaleras nos invitan a subir desde el vestíbulo; la derecha nos conducirá a los departamentos privados del Jefe del Estado, mientras que la izquierda nos pondrá en los salones de c2-rácter oficial. Pero no son únicas estas escaleras, como ahora verás. Escalera de Embajadores. Acompáñame al patio de la izquierda. Hoy lo vemos engalanado, por nuestra visita, con preciosos tapices del siglo xvn. Subimos la escalera de Embajadores, escoltada por la Guardia in– terior. Desde el descansillo, donde dos armaduras pa– recen hacer también la guardia, podemos mirar al techo: una preciosa pintura de !caro nos observa. Entramos en la sala de espera, donde nuestra vista tropieza con cuatro hermosos tapices, denominados "galerías" por sus dibujos. Una espléndida araña ilu– mina los muebles de estilo imperio, su gran alfombra y dos relojes. 31

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