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Pardo. En él hizo construir la Casa de los Infantes, para albergar su séquito; reconstruyó la Casa de Ofi– cios, caballerizas y Cuartel de Guardia. En su reinado se construyó la Casita del Príncipe. Pero su idea obsesionante era agrandar el Palacio. Confía la idea a su arquitecto Francisco Sabatini y dan comienzo las obras en 1772. El resultado fue otro edi– ficio al este exactamente igual al ya existente, al que se une por un cuerpo central, duplicando así el área del palacio. Sus dos entradas norte y sur se ven co– municadas por un pequeño patio central, y cada cuer– po de edificio goza de su patio correspondiente. Quedó convertido el Palacio en un paralelepípedo rectangular alargado, de gran majestad y rodeado del ancho foso. En su interior quedó totalmente transformado, has– ta el punto que de las 63 salas de que se componía el Palacio, no quedaron más que 5 decoradas de la época de Felipe III. Las magníficas colecciones de cuadros, que lo adornaron durante más de dos siglos, fueron trasladadas en gran parte al nuevo Palacio Real de Madrid. Es verdad que las diversas modificaciones, dividien– do habitaciones, rebajando techos, etc., necesariamente causaron desperfectos en las pinturas; pero al mismo tiempo fueron sustituidas por otros frescos en los te– chos quedando cubiertas con la colección más extraor– dinaria de tapices, de tal manera que, aparte de las valiosas pinturas de techos, escaleras y salones, 378 ta– pices decoran metro a metro las 53 salas existentes, haciendo de este hermoso Palacio el mejor Museo de Tapices. Adornan el Palacio, además, muebles de estilo imperio, sederías de Talavera, porcelanas del Retiro, valiosos relojes, arañas, etc. 18

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