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amanecer. En cierto modo esa vida se ha iniciado en este mundo. Lo sabemos si amamos a los hermanos. Las cartas de S. Pablo y S. Juan están llenas de estas afirmaciones. 3.') La libertad de la ley. Entendemos qué es la esclavitud de la ley, en cuanto tiene de esclavizadora. Es la letra de la ley que mata. Es la ley contra la cual luchó Cristo constantemente en su vida pública. Aquellas leyes sabáticas que impedían hacer el bien. Todo lo contrario de lo que Dios pretendió siempre con la ley. No es la ley en cuanto tiene de espíritu. Bajo esa ley verda– dera que Cristo ha venido a sublimar late el mismo corazón de Dios. En definitiva toda ley ha de tener su plenitud en el amor. Es "la ley del Espíritu que da la vida". (Rom 8, 2). Es la ley del amor. El evangelio es amor. La columna vertebral que sostiene todo es el amor. El mandamiento único es el que Cristo dio a los discípulos poco antes de morir, como un testa– mento. Los discípulos lo comprendieron así. Y también por todas las cartas de San Pablo y San Juan nos encontramos con afirmacio– nes sorprendentes sobre el valor de la caridad. "El amor es el cumplimiento de la ley", nos dice S. Pablo en Rom 13, 10, después de otras muchas afirmaciones similares. Y a los Gálatas les escri– be: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo" (5, i4). , De S. Juan todo el capítulo cuarto de su carta primera es un canto a la liberación y a la plenitud de la fe por el amor. Es el canto tan conocido y repetido, de San Juan sobre la caridad. Libertad no es libertinaje. Libertad es amor. Y el amor obliga a mucho. Inmensamente más que una mera moral casuística. El dÍcho de s. Agustín "ama y haz lo que quieras", no es una traduc• ción de nuestro "ancha es Castilla", sino todo lo contrario. Sino que· cada uno de nosotros trate de vivir el Evangelio en plenitud y verá. _;_97_

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