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¡LIBERTAD! "Para proclamar la amnistía a los cautivos y a los prisioneros la libertad". ( lsaías 61, 1b). ¡Libertad, cuántos atropellos se han cometido en tu nombre! Así podemos gritar parodiando una frase famosa. Y sin embargo el anuncio-promesa de Cristo ahí está. S. Pa– blo a los Gálatas les escribe (5,13): "Hermanos, habéis sido llama– dos a la libertad". ¿Qué libertad? 1.º) La libertad del pecado. Ciertamente que el pecado es– claviza. No sólo por lo que tiene de pasión, sino también porque nos pone bajo el yugo de Satán. Así lo afirmó rotundamente en su conminación a los fariseos, según nos narra S. Juan en el capítulo octavo de su Evangelio: "Ellos son hijos y esclavos del demonio, pa– dre de la mentira". Por el bautismo nosotros hemos sido liberados de esta servi– dumbre (Rom. 6, 6). La gracia de Cristo sobreabunda sobre todo pecado de los hombres (Rom 5,15,20). Esta fe y adhesión a Cristo nos hace libres. Somos libres en Cristo. El ha cumplido ciertamen– te su promesa. Es también S. Pablo el que escribe a los Colosen– ses. la buena noticia: "Dios nos ha sustraído al imperio de las ti– nieblas y nos ha transferido al reino de su Hijo muy amado, en quien tenemos la redención, la remisión de los pecados" (1,13ss). 2.º) La libertad de la muerte. La muerte es la secuela del pe– cado. Es el aguijón venenoso que el pecado ha clavado en los cuer– pos de los hombres. Ese veneno ha perdido su eficacia en los in– corporados a Cristo, pues él ha resucitado de entre los muertos como garantía de nuestra propia resurrección. Aunque tenemos que morir como todo humano, sin embargo nuestra muerte no es, no puede ser, como aquellos que no tienen esperanza. Sabemos que tras de la raya negra del morir hay un -96-
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